sábado, 5 de noviembre de 2011

Situaciones y anécdotas

Muchas han sido las situaciones y anécdotas en las que me he visto implicada, o bien, he sido la protagonista. Unas, desagradables, otras, divertidas. La persona sordociega, más que otra cualquiera, se ve día a día expuesta a bromas, malentendidos o situaciones en que no sabe cómo salir si no se le da la información adecuada en el momento preciso.
Para esto hay unas figuras muy, muy importantes: el mediador y el guía intérprete. Figuras que todavía no entienden ni aceptan en algunos estamentos sociales.
  El guía-intérprete no es “un chivato que nos cuenta todo”, ni es quien tiene que tomar decisiones por nosotros, ni quien tiene derecho alguno sobre nosotros. El g.i. es la persona que, profesionalmente muy bien preparado para ello, nos transmite la información de todo lo que nosotros no vemos ni oímos. Son ojos y oídos digamos postizos, ya que no contamos con los propios.
  Una de las peores situaciones que viví con una g. i. Fue allá por el año 2000 en el hospital Virgen de la Luz. Debía someterme a una intervención quirúrgica y para la cita del anestesista fui acompañada por ella. Recuerdo que estaban en huelga los anestesistas, y cuando me tocó el turno, el doctor tenía una prisa tremenda, empezó a hacerme las preguntas de rigor, pero al no oírlo yo, la intérprete le rogó que fuera más despacio para que ella me lo pudiera traducir al dactilológico. Él con muy mal humor le dijo que no era necesario que me tradujera nada, que respondiera ella a lo que él preguntaba, a lo que la g. i. Se negó rotundamente porque ese no es su papel ni ella puede saber mi situación física, familiar o de cualquier tipo. Al final y sin acabar de responder las preguntas, nos dijo que nos marcháramos y que ya me las arreglaría yo con los doctores que me intervendrían. Tanto la intérprete como yo, tratamos de explicarle que yo era sordociega y ella se tenía que limitar a hacer de traductora nada más, fue inútil. Se pasa muy mal en estos casos.
Justamente en esas mismas fechas, y ya en la consulta del  cirujano, éste, muy paciente y amable, me hizo también la ficha o historial, y él sí permitió que la intérprete me la tradujera, pero su enfermera, al final, le encargó a ella que hablara con mi familia para decirles que me tenían que operar y que debía pedir cita para el anestesista.
La intérprete, muy educadamente, le explicó que ella no era quién para informar de nada a mi familia, que o bien lo tenía que hacer yo, o el doctor. Y es que la gente no entiende que con quienes tienen que hablar es con nosotros aunque sea a través de un intérprete. Si yo soy la paciente, obviamente no le digo a mi intérprete que le cuente al doctor mis patologías, se supone que soy yo quien las debo explicar, por lo tanto, también son ellos quienes deben explicárnoslo todo a nosotros, aunque sea a través de terceros, porque además es más directo y más ético. Es muy desagradable que un sordociego con resto auditivo, oiga que un médico o un abogado, o un profesor le diga a la otra persona: dile que....
Aunque cueste más tiempo y algo de paciencia, los profesionales nos hacen mucho más bien hablándonos directamente, dirigiéndose a nosotros mismos porque se nos toma en cuenta, no se nos relega como si no fuéramos capaces de tomar nuestras propias decisiones. Aparte de que los intérpretes tienen prohibido tomarlas por nosotros o informar de nada a nadie y siempre se van a negar.
En aquella primera intervención que me hicieron, fue muy  gratificante que el doctor Palomo se dirigiera a mi persona para hacerme el historial, y que su esposa, la doctora Calvo, creo que se llamaba, que fue mi cirujana, minutos antes de anestesiarme se sentara en la cabecea de mi cama dándome mucho ánimo y explicándome todo lo que me iba a hacer.
            Cinco años después, nuevamente fui intervenida, esta vez por los doctores Melero y Santamaría. Dos personas de gran nivel profesional y muy alta calidad humana. Me aterraba volver al quirófano por la sola idea de que no podría entederme con ellos una vez que me quitara los audífonos. Pero a ellos nada les dio miedo y, tal como aseguró el doctor Melero, nos entendimos muy bien, pues me hablaron muy alto en mi oído cuando fue preciso. Algo que jamás olvidaré. Me sigue controlando este doctor Melero, y siempre  se dirige a mi persona aunque vaya acompañada.  Es muy agradable que un doctor tenga el detalle de avisarnos cuando ha acabado de explorar, él siempre lo hace para que me baje de la camilla, incluso él mismo me ayuda a bajar e ir al vestuario. Si es cierto que los médicos o los abogados tienen el tiempo contado para cada caso, digo yo que lo tendrán todos igual, sin embargo, unos lo emplean a toda prisa y otros tienen toda la paciencia del mundo con nosotros, y eso es algo impagable.
            Otra de las escenas donde nos vimos implicadas la intérprete y yo fue en la estación de tren de atocha. Veníamos de Sevilla en el AVE y las dos íbamos muy sobrecargadas de equipaje, por lo que mi g. i. No podía hablarme en esos momentos con las manos. Como sabrán muchos de ustedes, desde la parada del tren hasta la boca del metro  hay muchísimas escaleras y un pasillo enorme. Pero hay también un lugar para que el mozo de equipaje o como se le llame a este empleado, cargue y lleve las maletas en una especie de carro enorme. Pues bien: el empleado, viendo lo agobiadas que íbamos, le quitó a la guía su equipaje y el mío y lo subió al coche, pero indicándole muy rápidamente que subiéramos nosotras también. Como todo fue tan repentino, a ella no le dio tiempo a explicármelo, me mandó subir en ese vehículo pero con unos modales que yo no entendí y que sabía que no eran, ni mucho menos, propios de ella. Por eso entre mí me dije: ya me lo explicará luego. Subí al vehículo pero el empleado iba tan veloz, que tomaba las curvas del pasillo vertiginosamente, la intérprete no podía escribirme nada porque no podía soltarse del asa y yo iba aterrada. Por fin nos dejó en la boca del metro. La anécdota nos hizo pasar unos minutos de angustia, pero ahora, cada vez que lo recordamos, no  podemos por menos de reír con ganas, pues ella a ese coche o carro le apodó con el nombre de “coche de la Barbie”.

Cosas más alegres también me han pasado. Por ejemplo en una convivencia de sordociegos, donde en una discoteca estaba bailando con un compañero totalmente sordociego, dejó de sonar la música y nosotros seguimos bailando como si nada hasta que su esposa muerta de risa vino a avisarnos de que éramos los únicos que bailábamos sin música.
Como pueden ver, es mejor tomar las cosas con humor, que tomarlas mal. La gente que ve y oye no tiene en cuenta a veces nuestra discapacidad a la hora de decir, por ejemplo: mira, pasa esto o  escucha que te diga una cosa.
Yo en esos casos les hago saber que no puedo ver o escuchar y cuando los veo apurados no puedo por menos que sonreír. ¡cuántas veces al despedirse, alguien me dice que hasta que nos veamos!, a lo que yo respondo: no, hasta que nos toquemos. Ahí se dan cuenta de s error y generalmente todo acaba en risas. 

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