lunes, 14 de noviembre de 2011

Un viaje cambió un destino (II) - Relato por entregas

Ahora, mis pensamientos se encaminaron al colegio de la ONCE en Alicante. Era mixto, allí no había todavía profesionales especializados en el campo de la sordoceguera, por lo que había de arreglarme con la buena voluntad de algunos profesores y compañeros. Muchas veces, los alumnos de mi clase me gastaban
bromas pesadas a costa de mi sordera. Era el caso del cambio de clase, cuando sonaba el timbre y todos desaparecían como por ensalmo sin avisarme. Yo permanecía en mi sitio, hasta que algún celador o profesor me advertía de que podía irme.

Allí conocí a mi primer amor. Absorta en mis recuerdos, no oí a mi padre, que debió hablarme, y al no obtener mi respuesta, me sacudió bruscamente.

¿Qué ocurre, hemos llegado ya? pregunté. --No, hemos parado en un pueblo para desayunar. ¿Quieres tomar algo¿? ¡Vaya si quería! Un café me vendría bien y me despejaría un poco. Mi padre me condujo hasta la barra de un bar y pidió 3 cortados.

¿Cómo sería aquél lugar? ¿Habría mucha gente?
Pasado un rato,
Tere, Herminia y Pili, las amigas con quienes salgo por el pueblo habitualmente, se me acercaron.

--Hola, Mari, ¿Cómo lo pasas? --Creo que peor que vosotras por este maldito  aislamiento. Pero en fin, ya estoy acostumbrada.
--Nosotras vinimos cantando todo el camino, me decían a gritos- ahora nos acompañas y cantamos todas.
--NO, no. Ya sabéis que al no oír bien desentono, prefiero no estropear el canto.
Pero, decidme, por favor, cómo es este local: decorado, gente... 
--¡Pero, Mari, por Dios!, ¿Cómo te lo vamos a describir en presencia de los camareros y a gritos? Exclamó Pili.

Su comentario me supo más amargo que el café. ¿Pero era algún crimen el que una persona que no ve ni oye supiera dónde estaba y qué había allí? ¿No lo estaban mirando y oyendo ellas? Una vez más, me quedé sin acceso a la información.

De nuevo en el autocar, me envolvió la soledad, y mis pensamientos volaron otra vez a mis tiempos de colegiala.

Manolo, el gran amor de mi vida. Era alto, fuerte, simpático... Conservaba bastante resto visual, y su oído era perfecto. Era el cuarto de ñ hermanos, por lo que la familia no gozaba de buena situación económica, y Manolo tuvo que abandonar el colegio un año antes que yo para ponerse a trabajar.

No parecía importarle mi sordoceguera; me llamaba por teléfono, me escribía largas cartas, llenas de promesas y planes para el futuro. Pero un día, todos esos proyectos se vinieron abajo. Sin más explicaciones, le oí decir a través del teléfono: --Tenemos que terminar. Vivimos en distintos lugares, no nos vemos como yo quisiera, y así no se puede mantener una relación.

Traté de convencerle de que esperase a que yo dejara el colegio, de que todo se arreglaría pronto... Fue inútil, él siguió negándose. Pensé que aquello era el fin del mundo.

No podía dar crédito a lo que acababa de ocurrir. ¿Se habría enamorado de otra chica? ¿o era que, a medida que pasaba el tiempo se iba dando cuenta de los problemas que ocasionaba la sordoceguera, y no se veía capaz de afrontarlos? Nunca lo supe.

Decidí no volver a enamorarme jamás; no valía la pena, todos los hombres eran iguales. Por fin llegamos a las famosas CUEVAS DEL ÁGUILA. Junto al nuestro, varios grupos de excursionistas aguardaban su turno para pasar. Tere explicó al guarda jurado que yo era sordociega, y pidió permiso para que me dejaran tocar las figuras que formaban las rocas, alegando que de lo contrario, el viaje para mí carecería de sentido. No hubo impedimentos. 
María Jesús Cañamares Muñoz


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