martes, 15 de noviembre de 2011

Un viaje cambió un destino (III) - Relato por entregas

Unas estrechas escaleras conducían a las profundidades de las grutas. A ambos lados, de las escaleras, gruesas maromas servían a la vez de pasamanos y de cerco para impedir que los turistas palpasen las figuras. Herminia me dijo que a lo largo y ancho de la gruta habían colocado unas bombillas que las iluminaban por completo.

El contraste de la temperatura entre el exterior y el interior de la cueva se hizo notar enseguida, dentro hacía mucho frío y se respiraba un acre olor a humedad.

Al cabo de unos instantes, la guía turística se nos acercó, y mis dos amigas le rogaron que se colocara a mi lado para que yo pudiera oírla. Era joven, y lo primero que le dije fue que tuviera la bondad de hablar un poco alto y de no moverse de mi lado para captar mejor la información. Ella, amabilísima, aceptó y comenzó a explicarnos la situación de las grutas y su descubrimiento, que, según pude entender,  Todo sucedió un día de Nochebuena, ese 24 de diciembre de 1963 por la tarde y como tantas otras veces, un grupo de cinco chavales (hijos de trabajadores del lugar, cuando caminaban por el llamado Cerro de Romperopas (lugar donde se encuentran las cuevas del águila) observaron como por un orificio, en mitad del cerro, se desprendía una especie de humo o vaho. Lo que realmente estaba pasando, era que por ese "agujero", salí un chorro de vapor de agua, ocasionado probablemente por la diferencia de temperatura de la gruta (20 grados) y la temperatura exterior.

Ante tal hallazgo, los chicos no se quedaron quietos. Ayudándose de u unas rudimentarias cuerdas y alguna pequeña linterna, se adentraron por esa especie de gatera de no más de 60 centímetros de ancho. Se arrasaron durante un buen rato, recorriendo siempre tumbados unos 50 o 60 metros, hasta por fin llegar a una gran sala. Acababan de descubrir las Cuevas del Águila. Lo que sucedió a continuación fue que estuvieron perdidos 5 horas, hasta que pudieron encontrar de nuevo la salida. Luego vino todo lo demás: dar noticia del acontecimiento a las autoridades, a los dueños de la finca, expertos. Tras varios meses de duro trabajo de acondicionamiento, el 18 de julio de 1964 se abrieron para el público.

Desde entonces abren todos los días del año.

Acabada la explicación de la guía turística, todos se pusieron a recorrer las grutas.

Yo los acompañaba pero sin poder oír nada de lo que hablaban, aunque me iban haciendo palpar algunas figuras. Aquello era fantástico. Yo no podía imaginar cómo el agua y sólo el agua había modelado las rocas y formado aquellas figuras tan impresionantes. Finalizado el recorrido dimos las gracias a la amable señorita que nos atendió y salimos de allí. En la calle hacía un sol cegador y el aire era mucho más seco.

Sirvieron la comida en uno de los numerosos restaurantes de alrededor. Por la distancia que recorrí desde la entrada hasta mi mesa, noté que el salón era amplio. El mobiliario era todo de madera de nogal, según me dijo papá, que es bastante entendido en esta materia.

Pedí a mamá que me escribiera los nombres de los comensales que nos acompañaban en la mesa, y supe que entre ellos se encontraba nuestra guía turística, a la que habíamos invitado a comer con nosotros. Las dos permanecíamos en silencio: yo, por no poder captar las conversaciones, y ella porque debía de ser muy tímida o de pocas palabras. A los postres, mamá me dijo que la guía quería conocerme. Me azoré.

¿Cómo nos íbamos a entender, con el ruido que había allí? Rápidamente busqué en mi bolso una tablita de plástico que contiene el alfabeto en relieve.

Por éste sistema, podría comunicarme con cualquiera que sepa leer y escribir.

Mi interlocutor sólo tiene que coger mi dedo índice y llevarlo a cada una de las letras que componen su mensaje. Resulta muy lento pero en situaciones de emergencia, como la que nos ocupaba, es un medio más de comunicación.

¡Maldita memoria, se me había olvidado la tablita!
   --Hola, soy María Jesús, la guía que os ha atendido en las grutas. -ijo ella alzando la voz- ¿Cómo te llamas tú?
 --¡Igual que tú, María Jesús, Mari para los amigos. Por favor, ten paciencia conmigo, soy sordociega.

--Lo sé, no te apures, si no me oyes nos salimos afuera. Me ha llamado la atención desde el primer momento la forma en que te comunicas con tu madre. ¿Es difícil el sistema?, Me gustaría aprenderlo.

¡Qué simpática es, sin apenas conocerme y ya quiere aprender a hablar conmigo, no es nada normal esta situación!
   --El dactilológico es muy fácil de aprender, le dije, si quieres ahora mismo te lo enseño.

Poco a poco, fui explicándole las distintas posiciones de los dedos para formar cada letra, y con una paciencia admirable y una tremenda ilusión, fue repitiéndolas una y otra vez. Al cabo de media hora, ya me escribía algunas frases en la mano.

Supe, así, que era la segunda  de 5 hermanos, y desde muy niña sintió verdadero cariño por los minusválido o menos favorecidos de la Sociedad.

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