viernes, 2 de diciembre de 2011

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( IV )

II

Llevo ya más de un  mes en este autobús maravilloso, donde ya casi me sé los nombres de todos sus pasajeros.

Toni me sigue fascinando: conduce con muchísima seguridad, está siempre pendiente de que nadie se quede sin asiento, ¡es un caballero sin tacha!

Hoy, en la parada que hay frente a la sede de la ONCE, Esther Porta sube para regresar a su casa, tras una jornada de intenso trabajo en dicha Entidad como telefonista. Dos paradas más adelante, sube un caballero, que al parecer ella conoce muy bien, y que es recibido en el bus con todo respeto y amabilidad por parte de varios viajeros.

Don Blas ha sido un directivo de la ONCE, según un cotilleo que me acaba de contar Toni por lo bajini. Esther, al verlo, se levanta inmediatamente y le cede su asiento.

--Buenas tardes, don Blas, ¿qué tal lo ha pasado hoy en el centro de jubilados?
--¡Bah, normalito!, no se ha hecho más que jugar una partidita de ajedrez y luego criticar a Zapatero y a su cuadrilla porque según parece, nos van a aumentar los impuestos. ¿qué ha habido hoy por la ONCE?
--¡Muchísimas llamadas, no he podido ni desayunar porque no podía salir de ahí1 Me está empezando a resultar insoportable mi trabajo.
--Pero, hija mía, no hay otra: como decía en su libro el Lute: camina o revienta.
 --¡Pues yo, bien reventada estoy ya! Oiga, don Blas: estoy apunto de bajarme, que tenga buena tarde.

  Se despidieron y él continuó en el bus hacia su lugar de destino. Se le veía algo triste, pero ya no hablaba con nadie porque su compañero de asiento se bajó en la parada que hay al lado de correos.

  Doña Raquel Belpulsi, que a la sazón se ha subido en esta parada, viene sofocada, muy alterada, a saber porqué será:
  --Señor Antonio, -le dice al conductor-, ¡qué susto nos hemos llevado hoy en correos!, ¿sabe? Han enviado un paquete bomba, que por suerte no hemos abierto sin la presencia de los artificieros.
  --¡Caramba, ¿y para quién iba? –le pregunta Toni, asombrado.
  --Para un concejal del Ayuntamiento. Yo lo he notado raro al llegar a la oficina, y he llamado al director para decirle qué hacía con este paquete. Me ha dicho que lo mandara al destinatario, que para eso llevaba la dirección puesta, pero... mire usted, por ese instinto que tenemos las mujeres y que todo nos da muchas vueltas en la cabeza antes de llevarlo a cabo, no me he decidido. He llamado a la policía y han venido rápidamente. Se han puesto a inspeccionar el paquetito y yo muerta de pánico, allí presente, encomendándome a Dios y a todos los coros celestiales. Hasta que al fin lo han desactivado.
  --¿Y qué contenía? –pregunta Toni tratando de sonreír para quitarle un poco de importancia al asunto.
  --No lo sé, pero desde luego, pasteles no eran.
  --Tranquila, mujer; si no le ha pasado nada, no cuente mal. Ande, que ya estamos cerca de su casa y todo se le olvidará.
  --¿Olvidarlo? ¡NO, eso no lo olvido yo en lo que me resta de vida. Me estoy hartando de mi trabajo, la verdad, es de un riesgo tremendo y no compensa ni el salario.
  --¡Pues sí que vamos hoy bien! -exclama Toni-, usted se cansa de su trabajo, Esther me ha dicho lo mismo.... Pues ánimo, señores, que yo del mío no me canso. 

    He decidido no subir ni bajar siempre en la misma parada, es un aburrimiento ver siempre los mismos paisajes, las mismas caras, la misma monotonía de siempre. Hoy subo en la parada que hay justo al lado del Ayuntamiento, y lo primero que me encuentro es la cara de asombro de Paco Fuster, Eusebio y Toni el chofer, que se dan sendos codazos y señalan a varias chicas que acaban de subir delante de mí al bus. Agudizo mis oídos y escucho lo siguiente:

  --¡Son ellas, las extranjeras del pub, míralas, qué guapas vienen!

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