lunes, 26 de diciembre de 2011

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( XXVII)

El de Tráfico siguió firme en su decisión, pero nosotros también en la nuestra. Auxy lloraba desesperadamente y pedía que la llevaran al lado de su hermana. Un transeúnte que pasaba en ese momento por allí, se ofreció a llevarla, pero no sabíamos con exactitud a qué clínica, ya que nadie nos dijo nada. Supusimos que la tendrían en el hospital La Fe, que era el más cercano.
Tras varias llamadas telefónicas a dicho hospital, nos constataron que efectivamente allí estaba Irma Guadalupe, en el paritorio. Auxy subió al coche del caballero que se brindó a llevarla, pero ante la desconfianza o el temor de ir con un extraño, doña Rosa Mari Busto subió junto a ella.

Cuando todos nos hubimos montado de nuevo en el bus mientras el guardia se llevaba a Toni sin piedad a la comisaría más próxima, Lena sugirió a Don Blas y a don Tomás –los caballeros más mayores del coche, que se fueran ellos a descansar a sus casas. Los niños tampoco podían pasar horas y horas aquí, por lo que Xeby decidió que se los llevarían Cristina y él a su casa, al menos a Beto y a solecito.
Los dos caballeros se negaron rotundamente a salir del coche, y los niños, entusiasmados por poder pasar una tarde-noche juntos, se fueron cantando en otro bus que los llevaría a su barrio.

  La tarde iba cayendo y nadie se movía.
Paqui Castillo y Manolo, su marido, bajaron al bar más próximo y nos trajeron unos bocadillos que todos agradecimos enormemente, no por el hambre, sino por el gesto tan amable que tenían.
Los señores Rodríguez Moreno nos anunciaron que salían a hacer los últimos preparativos para la gira de los jóvenes.
La angustia se apoderó de nosotros cuando la noche se vino encima, la guardia civil no nos quitaba ojo, y nadie nos daba señas de Toni ni de Irma.
Por fin, don Blas y don Tomás se dirigieron al guardia para pedirle que nos tuviera al tanto de lo ocurrido con el chofer, siquiera por piedad.
A los cinco minutos subieron al bus y nos dieron una buena noticia:
  --Nuestro chofer ha salido de la comisaría y lo han llevado al hospital en un taxi. Alguien al parecer ha dado una fuerte fianza para que lo dejen en libertad. Naturalmente no nos han dado más explicaciones, aunque yo... –dijo don Blas muy enigmático- yo... juraría que sé quién ha sido esa alma generosa.
  --¿no puede usted desvelarnos nada, buen hombre?
  --No, Anita, corazón, si tuviera la certeza de que acierto, lo diría pero...
  Poco a poco las conversaciones se fueron languideciendo, los ojos se iban cerrando y el sueño se iba apoderando de cada uno de nosotros. Algunos se levantaban para dar un pequeño paseo por el bus y estirar un poco las piernas; otros se acurrucaban en  los asientos...
Hacía frío, Lena estaba encogida en el asiento de delante de mí. Paco Fuster, con una ternura infinita, se colocó a su lado y la cubrió con su cuerpo susurrándole algo al oído. Ella apoyó la cabeza en su hombro y lo que sucedió después, pueden y deben imaginarlo. Yo evité mirar a la pareja, por discreción.

  Las horas pasaban interminables. Al amanecer, un teléfono móvil sonó estridente en el bus. Ana lo cogió y escuchamos.
  --¡OH, qué alegría!, ¿pero están bien? ¡Sí, sí, dime Auxy... sí, vale, yo iré dentro de diez minutos aunque... ¿pero es cierto que nos vamos a ir por la tarde? ¿pero cómo vas a dejar a tu hermana así, recién dada a luz? ¡NO, no, por Dios, no me arrepiento, yo iré también, sí. Vale, gracias, adios1
  Todos quedamos a la espera.
  --¡Ya está, ya tenemos un angelito más en la tierra! Una angelita, mejor dicho. pequeñita y frágil, sí, pero viva. Irma está bien, la  niña la tienen en la incubadora, ha pesado un kilo y doscientos gramos, y sólo mide 32 centímetros, ¡una monada!
  --¿Y Toni está allí? –preguntó alguien-.
  --Sí, claro, se ha de quedar con Irma porque nosotras esta tarde a las seis partimos para Alicante para la gira.

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