sábado, 7 de enero de 2012

VIVENCIAS EN UN BUS . NOVELA CORTA ( XXXVIII)

Al oír esta última frase de amenaza, los más serenos no pudimos resistirlo. A Don Tomás se le ocurrió que debíamos darle algo por adelantado al tipo para callarle la boca si no queríamos delatar a Ton y de paso, delatarnos todos. De modo que, haciendo un esfuerzo por sobreponernos a la modorra que teníamos encima, unos cuántos sacamos unos euros y los sumamos para dárselos. El muy glotón los cogió sin ningún escrúpulo, pero don Blas le plantó cara diciéndole.
  --Quiero pensar que es usted un caballero y la situación no irá de boca en boca. Pero si así fuera, nosotros tampoco nos íbamos a quedar mudos, ¿queda claro?
  El tipo masculló algo que nadie entendió pero no le hicimos el menor caso.

  Ya acordada da distribución de los presentes en cada habitación, subimos a ellas sin hacer el menor ruido. Unos se acostaron rápidamente, y los que todavía teníamos ganas de seguir la juerga, nos agolpamos en la habitación de Paqui y Manolo, previamente invitados por don Saúl Orea y por Rubén, que tenían algo que hacer y decir.

  Rubén se las ingenió para convencer a Manolo de que se acostara ya mismo, porque era el más afectado por el alcohol, según le dijo. El pobre hombre, bonachón innato, accedió a ello, pero a condición de que no se fuera de allí su Paquiya.

Una vez que ésta, sin sospechar nada de lo que se avecinaba le confirmó que no se movería de su lado, Manuel Vergara se acostó, retumbándole los sesos en la cabeza.

Entretanto, don Saúl Orea le pidió  a Solecito que le dejara un momento una muñeca grandota que tenía en las manos. La niña se resistía alegando que era suya y que se la iba a romper. Saúl, viendo que no podría lograr la muñeca, sacó de su cartera un billete y se lo ofreció a la niña, quien lo cogió inmediatamente y dijo.

  --Vale, te la doy pero como me la rompas, me has de comprar una igual.
  Entre Rubén Darío, Saúl y Paco Fuster prepararon la broma: Metieron la muñeca en la cama de Manuel vergara y la dejaron ahí hasta que él, medio dormido medio despierto, tocó la muñeca:
  --¡Paquiya mía, qué hermosa estás hoy!, ¿cómo llevas este camisón tan bonito?
  Las risas empezaron a salir de los rostros de todos los allí presentes. Paco nos mandó callar, y Manuel seguía:
  --Paquiya, mi amó, ¿no te duele   la cabesa? Porque a mí me explota.... Paquiya, ¿pero no me oye? ¿no te mueve? ¡oye, qué dura está!
  Al ver que tocaba la muñeca, no pudimos contenernos. Una carcajada unánime hizo a Manolo volver a la realidad.
  Todos temíamos la bronca merecida. Paqui, haciendo un esfuerzo por no reírse en las barbas de su marido, le dijo:
  --¡Tonto, eres la risa de todos los aquí presentes! Si no hubieras tragado tanta copa no te pasaría esto! Por favor, déjenme sola con él ya, creo que ya está bien.

  Todos comprendimos que la paciencia tiene un límite. Nos  salimos Y cada cual se dirigió donde tenía asignada su cama. Acordamos que a primera hora saldríamos rumbo a la ciudad para evitar que Ton  fuera echado en falta por el jefe de la empresa, cosa que nadie, ni el más ebrio de todos quería. 

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