jueves, 12 de abril de 2012

MI EXPERIENCIA EN SORDOCEGUERA


Por María Jesús Cañamares

Antes que nada, dejo aquí un libro muy interesante de donde yo les he aportado a los lectores mucha información, pero todavía pueden obtener mucha más a través de él. Está hecho por grandes profesionales de la ONCE en materia de sordoceguera y puede ser de interés para futuros profesores, trabajadores sociales o sanitarios. 
Los datos son:


La sordoceguera : un análisis multidisciplinar

ÁLVAREZ REYES , Daniel ; GÓMEZ VIÑAS , Pilar coord. ; ROMERO REY , Eugenio coord.
Colección: SS estudios. Edit. Organización Nacional de Ciegos Españoles. 2004.
http://www.once.es/otros/sordoceguera/HTML/indice.htm




¡Cómo afectó la sordoceguera en mi vida y mi familia!

Si el tener a nuestro primer hijo con una minusvalía como la ceguera ya es traumático para muchos padres, imagine el lector lo que supone que ese hijo adquiera además otra minusvalía: la sordera.


Son dos sentidos importantísimos los que faltan. Los padres creen que ya no queda nada, que todo está perdido, que su hijo se verá condenado a morir de inanición. YO SOY LA PRIMOGÉNITA EN UN MATRIMONIO QUE VEÍA TODAS SUS ILUSONES PUESTAS EN UNA HIJA. Nací ciega total por causas desconocidas, yo diría más bien, que por capricho de la Naturaleza, pues nací sin el globo ocular. Me sometieron a mí y a mis padres a muchas pruebas y reconocimientos pero no hubo explicación al porqué de esta anomalía.

El golpe fue durísimo, no había ninguna otra persona en el pueblo con esta discapacidad y para mis padres, sobretodo para mi madre, fe motivo de una gran depresión que nunca ha superado. Me crié entre Jábaga –pueblo natal de toda la familia- y santo Domingo de Moya, pueblo donde mi padre ejerció sus servicios como agente forestal durante más de 14 años. Estudié en 2 colegios para ciegos: uno en Valencia, donde por sobredosis de medicamentos quedé sorda parcial, y otro de la ONCE e Alicante. 

Como en aquella época no había profesionales para ayudarnos, sólo la constancia y dedicación plena de mis profesores lograron que pudiera seguir estudiando como los demás compañeros aunque con mucha más dificultad. A los 18 años, edad reglamentaria para abandonar los colegios de la ONCE, salí de él sin haber logrado el título de GRADUADO ESCOLAR.

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