miércoles, 17 de octubre de 2012

Samuel Valencia es un joven universitario

Samuel Valencia es un joven universitario ciego sordo que aprendió a comunicarse con el mundo, gracias al apoyo y a las manos de su hermano. Juntos, enseñan la lengua de señas y comparten su experiencia de vida con optimismo y alegría. Crónica de vida.

GINNA TATIANA PIRAGAUTA G.

LA NACIÓN, NEIVA

“A los cinco años de edad quedé sordo. Yo creía que era algo normal porque comprendía lo que las personas me decían. Pensaba que mi vida sería igual a la de un oyente. No aprendí lengua de señas porque podía comunicarme. Pero Samuel Valencia junto a su hermano Dayilmar Álvarez enfrenta la vida sin barreras, cuando perdí la visión me encerré totalmente”, asegura Samuel Valencia con tranquilidad, a través de sus manos.

Samuel tiene 26 años, es estudiante de Tercer Semestre de Psicología en la Universidad Manuela Beltrán de Bogotá y es una persona ciega y sorda. Él desarrolla su vida con normalidad y fortaleza mientras construye los sueños para su futuro junto a su hermano Dayilmar, su fiel acompañante.

“Cuando tenía 17 años de edad, después de cinco cirugías, los médicos determinaron que yo no volvería a ver. Permanecía todo el día en casa. Durante dos años estuve en mi cama. Comía muy poco y no me comunicaba con nadie. Me sentía muy mal. Triste. Lo único que quería era morirme”, expresa Samuel a través de un profesional en lengua de señas.

“Pensé que mi vida se había acabado. Creía que la única salida era ahorcarme. Mi futuro era incierto. Yo pensé  que se había terminado la comunicación con el mundo. Era muy difícil. No creía que fuera posible ningún proceso comunicativo. No sabía cómo enfrentar el futuro”.

Esperanza


Dayilmar aprendió empíricamente la lengua de señas para ayudar a comunicar a su hermano.
“Cuando quedé discapacitado no tenía ninguna comunicación. Mi hermano desde muy pequeño me acompañó siempre y siempre estuvo interesado en aprender el lenguaje de señas. A medida que crecía me acompañaba a reuniones. Copiaba lo que decían y poco a poco, trabajando juntos, me explicaba todo.

“Me adapté a la forma en que movía las manos y después de un tiempo para mí fue normal comunicarme con él, pero nunca aprendí una estructura como tal. Yo pensaba en cómo iba ser un profesional sino me podía comunicar efectivamente. Tenía pena por lo que mi familia veía de mí, por mi pesimismo”.

“Gracias al apoyo de mi mamá ingresé a la Asociación de Sordos y Ciegos, allí conocí personas iguales que se esforzaban por estudiar y por trabajar. “Eso me sorprendió mucho. Pensé que yo también podía hacerlo. Medité mucho y me arrepentí de haber deseado la muerte. Vi una posibilidad hacia el futuro, de cambiar mi vida. Gracias a la asociación aprendí a manejar el lenguaje de señas, a leer y a utilizar el bastón. Me interesé bastante por mí”.

Retos

“Comprendí muchas cosas. No pensé nunca más en que no podía, sino por el contrario, en que habían muchas cosas por hacer. Que era difícil, pero que tenía que esforzarme con sudor, con trabajo y dedicación. También tenía fortalezas, como mi inteligencia. Así fuera un minuto, una hora o un mes que yo viviera tenía que aprovecharlo para aprender a desenvolverme”.

“Si seguía en la cama, durmiendo y quejándome, con pereza y ganas de morirme no lo iba a lograr. Saqué afuera todo eso y mi objetivo fue levantarme con fuerza. Ingresé al colegio a estudiar. La primera vez lo hice con estudiantes sordos. Yo era el único sordo ciego. Ellos me enseñaron a relacionarme, a entender su cultura, a aprender el idioma e interactuar. Fue muy grato”.

“Nunca más pensé en que no podía hacer las cosas. Tenía claro que quería progresar y salir adelante. Ese era mi objetivo. Muchas personas no conocen el significado de ser sordo ciego. Me preguntan ¿Usted por qué? ¡Es raro! ¿Por qué utiliza las manos?”

“Una persona ciega tal vez es normal, pero ser sordo ciego no. Yo tenía que generar una identidad de progreso y que las personas entendieran mi condición. Cuando logré mi cartón de bachiller fui muy feliz. La Fundación Neuroarte me apoyó e ingresé a laborar. Quería hacerlo. Enseño lengua de señas y habló de mi experiencia en muchos lugares”.

“La fundación me apoyó en el ingreso a la universidad, le paga a mi hermano por mi servicio de interpretación y otros gastos que necesito. Estoy estudiando Psicología para entender mi cuerpo e interiorizar con meditación mi condición.”

Futuro

“Yo necesito desarrollarme mucho más. Quiero aprender a manejar perfectamente los sistemas y trabajar como profesor lingüista. Ir a la biblioteca, viajar a diferentes lugares. Mi situación cambió mucho y mejoró. Esto fue gracias a Dios porque me dio la oportunidad de vivir y derribé el pensamiento negativo hacia uno positivo”.

“Hay muchas imposibilidades en el mundo. Nunca conocí la forma de vida de una persona sordo ciega. Sin embargo, tiene características bonitas. Tengo una relación desde hace cuatro meses. Mi novia tiene un nivel muy básico en el lenguaje de señas. Antes no sabía nada y siempre me escribía en la palma de la mano. Yo le he enseñado y su nivel avanza”.

“Yo comparto mi experiencia personal porque muchas personas en Colombia atacan la discapacidad. No piensan que hay más allá. Hay que romper el estigma y avanzar. Es necesaria la inclusión en Colombia y la educación para las personas en condición de discapacidad”.

“Me siento orgulloso porque comparto con muchas personas y esa es una nueva perspectiva de la discapacidad. Esto me permite crecer. Yo tengo una vida normal. Mi vida puede ser como la de cualquier persona oyente. Hay que romper el estigma de que no se puede”.

Compañeros y amigos

Dayilmar Álvarez es el hermano menor de Samuel, su incondicional acompañante y la persona que le permitió conectarse nuevamente con el mundo. Él trabaja como intérprete de señas de su hermano y de otras personas con discapacidad auditiva.

“Mi experiencia inició cuando tenía 15 años. Empecé a trabajar con Samuel y aprendí el lenguaje de señas poco a poco, junto a él. Asistía a sus reuniones y aprendí mucho. Trabajé dos años en Neiva en una fundación, haciendo la divulgación de un programa que se desarrolló con la Secretaría de Educación Departamental, para la socialización de la lengua de señas en el Huila. Esto me permitió trabajar con muchas personas en condición de discapacidad auditiva. Cuando regresé a Bogotá inicié mis estudios de Comunicación Social y en las mañanas trabajo como intérprete”, aseguró Dayilmar.

Con amor y mucha disposición acompaña a su hermano. Está pendiente que su opinión sea expresada de manera clara. Es un apasionado de la comunicación y la inclusión de las personas en condición de discapacidad. Aprendió a desarrollar una labor por amor fraternal y de la misma manera la comparte con muchos colombianos.

Resaltado: Según el censo del Dane de 2005, en el país existen 2,9 millones de personas con discapacidad, quienes representan el 6,4% de la población colombiana. Sin embargo, la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de Profamilia (Ends) de 2010, señala que el porcentaje es del 7%, es decir, más de tres millones de colombianos.

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