miércoles, 23 de enero de 2013

Héroes anónimos - CESAR TORRES CORONEL (1917-1985) Parte 1 de 2

César Torres Coronel nació en Madrid el año 1917 y, cuando tenía 22 meses de vida, se quedó completamente ciego y sordo a consecuencia de un ataque de meningitis. Era imposible entender su parloteo, pero pronto supo andar solo por toda su casa, localizando perfectamente todos los muebles y objetos, reconociendo las habitaciones y distinguiendo a sus familiares. A los 3 años de edad ya se vestía y desnudaba solo, comprendía cuanto le decían y se comportaba correctamente en la mesa. Le gustaba mucho jugar con sus juguetes y los de su hermano y, en cierta ocasión, observando que éste jugaba a la toña, pidió a su padre que le hiciera una, capricho que complació el señor Torres inmediatamente. Al hacer saltar la toña, César la perdía y le enfadaba mucho no poderla encontrar, pero ideó atarla al extremo de una cuerda fina y sujetar el otro cabo en un ojal de su pantalón, con lo cual pudo jugar a la toña sin problemas.

Cuando acababa de cumplir los 7 años, se hizo cargo de su educación doña Rafaela Rodríguez Placer, profesora del Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos, donde César permaneció como alumno de esta excepcional pedagoga desde 1924 hasta 1937, aprendiendo a hablar de manera muy inteligible, utilizando en su enseñanza el método alemán para ciegos y sordomudos, así como el alfabeto manual del español Ponce de León, que dominó perfectamente en seguida. Podía, además, sostener una conversación con cualquier persona ignorante de estos procedimientos, valiéndose de un guante que se colocaba en la mano izquierda y que tenía un abecedario vulgar bordado en relieve, donde él y su interlocutor señalaban las letras y formaban las palabras.

Con paciencia y abnegación extraordinarias se consagró doña Rafaela durante 13 intensos años a la educación de este niño ciego y sordomudo, pero dotado de gran talento y férrea voluntad, a quien se llevaba en su compañía, incluso, durante sus vacaciones de verano. Con esta total entrega, y utilizando los métodos y procedimientos empleados por el señor Nebreda en la educación de Martín de Martín y Ruiz (véase su biografía en este capítulo), además de otros ideados por ella, consiguió la admirable y bondadosa profesora que César Torres Coronel obtuviera el título de bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros, de Madrid y que fuera un hombre culto, patriota, hábil en toda clase de trabajos manuales, practicante de varios deportes y juegos de mesa, aseado y fervoroso cristiano, que recibió con profunda emoción la primera comunión y que frecuentaba los santos sacramentos, no faltando a misa en los días preceptivos.

Su maestra logró que no tuviera miedo para caminar solo, valiéndose del tacto de sus pies y de las vibraciones del suelo para reconocer los lugares, que utilizara todas sus facultades para distinguir a las personas y se relacionara afablemente con todo el mundo. Le inculcó, que aceptara con resignación cristiana su desgracia, pero que tuviera valor para superar cuantas dificultades encontrara en su camino, pudiendo contar siempre con la ayuda desinteresada de cuantos le conocían.

Durante sus veraneos en Galicia con doña Rafaela, César se bañaba en el mar, sacaba agua del pozo con la garrucha, ordeñaba las vacas, trepaba a los árboles con los chicos del pueblo para coger fruta y les ayudaba en las labores del campo, pues le agradaba mucho vivir al aire libre y disfrutar de los perfumes silvestres. Era muy servicial y no le gustaba estar sin hacer nada, razón por la que su profesora le encargaba la reparación de los muebles deteriorados y le proporcionaba las herramientas para facilitar su trabajo.

En el colegio practicaba la gimnasia y solía jugar con sus compañeros al ajedrez, al dominó y a las cartas. También asistía al cine y al teatro, sentándose al lado de un amigo que le explicase, manualmente, cuanto sucedía en la pantalla o en el escenario. En un festival escolar participó con otros alumnos en los ejercicios físicos, destacando como nadador y trepador de cucaña. En una exhibición realizada en 1930 en la Unión Americana, en Madrid, modeló en barro un elefante a la vista del público. En un reparto de premios a los alumnos del colegio, cuando César tenía 12 años de edad, subió al estrado y recitó una poesía con voz muy inteligible.

Nosotros convivimos muchos años con César Torres Coronel en el Colegio Nacional de Ciegos y podemos afirmar que era un gran lector de toda clase de libros, porque deseaba cultivar su espíritu y poseer una vasta cultura. Con él se podía conversar acerca de cualquier tema, teniendo él un lenguaje perfectamente inteligible para quienes estuvieran acostumbrados a oírle. Conocía en seguida a las personas por su olor, por la forma de tocarle o saludarle y era muy orientado, pues recorría solo, y sin tropezar, todas las dependencias y el inmenso jardín del colegio, establecimiento que tenía 40.000 metros cuadrados de superficie y en el que había un gran bosque.

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