martes, 16 de abril de 2013

REPORTAJE: VIDAS AL LÍMITE (6)


Cuando estos niños tienen algún resto auditivo o visual, por pequeño que sea, se le saca el máximo partido. Me explicaron que lo fundamental era establecer la comunicación con ellos, no importaba cómo. Una vez establecida esa comunicación, se les podía ir dirigiendo poco a poco hacia una enseñanza reglada.

"Los sordociegos de nacimiento -insistiría Daniel- aprenden a base de tocar, tocar y tocar el mismo objeto muchas veces. Cuanto más tarde nos llegan, más difícil es su recuperación. No es raro, por otra parte, que los lleven a colegios de deficientes mentales, lo que es un modo de determinarles para el resto de su vida.

Pasamos la mañana visitando las distintas dependencias de la unidad y luego nos fuimos a comer. A la comida se incorporó también Helen. Daniel se sentó entre Yolanda de los Santos y su mujer, que se turnaban para explicarle, una en cada mano, cómo era el restaurante y nuestra situación en él. Helen, para ejemplificar el rechazo que la diferencia, en general, provoca en los otros, contó que a su abuelo, cuando tuvo noticias de su boda con Daniel, lo primero que se le ocurrió fue que se casaba con un cadáver. En cuanto a su hermana, pensó que iba a ser un hombre calvo, barrigón y feo. Todo ello contribuyó a que no fuera una decisión fácil. Me hizo notar también que no es lo mismo querer a alguien que convivir día a día con la sordoceguera. Por eso vivieron juntos un año antes de pasar por el juzgado.

"Aun así -añade-, perdimos algunos amigos por el camino, porque yo me negué a ser sólo su intérprete. Quien quiera comunicarse con Daniel, ha de hacerlo directamente con él.

"Pero tú eres un poco rara, ¿no?" -me atrevo a apuntar.

"Quizá sí. A veces, cuando vamos juntos a recoger a Natalia al cole, algunos padres se apartan. Por lo general, pienso que ellos se lo pierden, pero lo cierto es que a veces me siento una isla con él.

Mientras hablo con Helen, Yolanda traduce a Daniel nuestra conversación. No dejan un solo segundo de informarle de cuanto ocurre fuera de él, ya sea que ha venido el camarero para preguntar si todo está bien o lo que hay en el plato de cada uno. Quince segundos sin tocarle son 15 segundos de aislamiento absoluto, de vacío. Daniel, por otra parte, es un conversador muy activo. Me cuenta que en EE UU y los países nórdicos hay comunidades de sordociegos donde todo está preparado para que lleven una vida normal, autónoma, de modo que lo mismo acuden al supermercado que a los centros de reunión completamente solos.

En España no existe ninguna comunidad de ese tipo, lo que, añadido al problema de que se trata de colectivo muy disperso, hace las cosas más difíciles.

En esto, observo que Yolanda escribe sobre su mano algo que no se corresponde con lo que hablamos.

"Le acabo de decir -me explica- que tiene el carpaccio en las nueve menos cuarto.

En su código, el plato está dividido en las mismas partes que un reloj, por lo que basta que le indique una hora para que él localice la comida. De todos modos, Daniel no ... 

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