jueves, 12 de diciembre de 2013

EL ABUELO ADOPTADO

Cuando sirvieron la comida, Luis dijo solemnemente a su mujer y a sus dos hijos: 
“Mañana iremos al asilo a ver al señor Julio. para mí es muy importante, pero ya os contaré la historia”. 
Todos vivieron el resto del día pendientes del viaje. Los niños se preguntaban qué sería aquello y porqué papá estaba tan excitado…  
Al día siguiente temprano, partieron hacia la residencia. Al llegar, el celador los condujo a una sala enorme donde varios abuelos jugaban a las cartas, veían la televisión, o, como el señor Julio, dormitaban aburridos en un sillón. Luis se acercó a él, y, abrazándolo cariñosamente le dijo:
“¡Despierte, buen hombre,  vengo a verlo con mi familia y lo encontramos aquí amodorrado a las 12 de la mañana, ¿no ha dormido esta noche?!” 
El señor Julio,  sorprendido y emocionado, lo reconoció inmediatamente aunque sus ojos no podían verlo. Lo abrazó y le susurró con amargura:
“¿qué quieres que haga? ¿Cómo se te ocurre traer a estos niños tan pequeños a esta casa llena de miserias”
Luis puso a Sandra y a Javier en los brazos del anciano, y los niños le besaron y  entregaron sus regalos. Julio se relamía al oler las chocolatinas. Pero al desenvolver el paquete que le entregó Javier quedó extrañado sin saber qué contenía. Los niños le dijeron que era un lector, un aparatito con el que podría leer libros o escuchar música, muy sencillo de manejar. Él, incrédulo, les sonrió diciendo:  
“Los niños os las sabéis todas, pero los abuelos no hemos conocido nunca la tecnología moderna”  
Pasaron dos horas muy agradables enseñando al señor Julio a manejar el lector, y cuando se fueron, él ya sabía cómo leer. Los niños quedaron muy impresionados al ver lo solo que se encontraba,  y a la vez se alegraron de haberle llevado el aparatito para que  al menos esa soledad se hiciera más tenue. Por el camino, el papá les contó la historia:
“Cuando yo sólo tenía 12 años, mis padres, (vuestros abuelos), murieron en un accidente de tren. Yo me salvé porque no iba con ellos en ese fatídico viaje. No tenía a nadie que me amparase, ni sabía hacer nada en casa. Me vi obligado a mendigar por las calles y en una ocasión acudí a un señor ciego que vendía lotería en un quiosco. Llevaba 3 días sin comer y así se lo dije. Él me llevó a un bar y dijo al camarero que me dieran todo lo que se me antojara y luego le pasaran la factura. Comí opíparamente aquel día, pero en mí quedó marcada la huella de la generosidad del señor Julio.
Ya no  volví a pedirle comida por más que me ofreció el bocado cuando lo necesitara; me daba vergüenza recurrir a un señor que tenía pocos medios para ganarse la vida y que estaba expuesto a la intemperie a diario. Yo trabajé duro desde que murieron mis papás: lavé coches de señoritos; limpié portales y garajes; ayudé en el campo… Hasta que ahorré algún dinero y pude abrir mi carnicería. Hace poco tiempo, por una clienta me enteré del ingreso del señor Julio en ese asilo; ya no podía vivir solo en casa y tampoco quería ser una carga para sus hijos… Muchas veces he pensado que si vosotros quisiérais, lo traía a casa.”
Los niños aplaudieron a su padre, gritando y pidiéndole a mamá que aceptara adoptar al señor Julio como abuelo, ellos nunca habían conocido a los suyos y querían oírle contar historias, jugar con él y llevarlo de paseo. Elena, que tenía un hermoso y gran corazón, aceptó tras titubear un poco.  El día de San julio, Luis fue a buscarlo y le dijo que le tenían un gran regalo en casa. Cuando llegaron, los niños saltaban y lo abrazaban llenos de contento. El hombre, lleno de emoción,  preguntó dónde estaba su regalo, y los dos muchachos, cogiéndolo de la mano, lo llevaron a una habitación donde le tenían preparadas toda suerte de comodidades, ¡Incluso un ordenador con programas adaptados para poderlo manejar! Solemnemente y a dúo, le dijeron: 

“¡Abuelo, nuestro regalo es esta casa en la que vivirás para siempre con nosotros, porque te vamos a adoptar!”
Desde ese día, el señor Julio ya no sufre ni llora,  no está  solo. ¡Es el abuelito adoptado en la casa de aquél a quien un día libró del hambre y la penuria!
     

 María Jesús Cañamares

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