miércoles, 23 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

La Ruta de los Belenes de 2015 recupera la tradición del mercado navideño de dulces de convento

En esta edición participarán siete hermandades junto con el Museo, pues se suma la hermandad de Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.


Resultado de imagen de belen de playmobil
Faltan apenas diez días para Navidad y en la Junta de Cofradías ya está todo listo para la inauguración este jueves, 17 de diciembre, de la edición de 2015 de la Ruta de los Belenes. El acto tendrá lugar en el Museo de Semana Santa a partir de las 20:30 horas. Desde la institución nazarena invitan a todos los conquenses a acercarse y les recuerdan que los belenes podrán visitarse del 18 de diciembre al 6 de enero, de 18:30 a 21 horas (salvo los días 24 y 31 de diciembre y 5 de enero, que el horario será de 18 a 20 horas).
Este año, la Ruta llega cargada de novedades y sorpresas. La más llamativa, explica el presidente de la Junta de Cofradías, Jorge Sánchez Albendea, es que la Ruta contará con "un mercado de dulces navideños elaborados por las monjas en dos conventos de la provincia y uno de la capital". El mercado, que podrá visitarse durante toda la Ruta en una de las salas de exposiciones temporales del Museo de Semana Santa, recupera "una antigua tradición que había en Cuenca en Navidad y en la que todos los conventos de la ciudad y la provincia, sobre todo los de clausura, reunían sus productos y dulces navideños y los ponían a la venta en la capital. La recaudación era para las monjas y de este modo, quienes compraban las ayudaban a financiarse".
Esta tradición "se había perdido y en la Junta de Cofradías hemos creído buena idea recuperarla". En esta primera edición del mercado de dulces conventuales "participan las clarisas de Sisante, las trinitarias de San Clemente y las carmelitas de Cuenca". Sus dulces podrán comprarse del 18 de diciembre al 6 de enero en el Museo y "lo recaudado será para ayudar a las monjas. Es una forma de colaborar con ellas aprovechando el paraguas de la Junta de Cofradías".
EL MUSEO EN LA RUTA
Junto con la mercado de dulces conventuales, el Museo de Semana Santa participa en la Ruta también con un Nacimiento, como cada año. En esta ocasión, los visitantes podrán admirar el construido por el belenista y nazareno conquense Rafael Pérez Caballero, un belén tradicional de grandes dimensiones fabricado enteramente por él. El presidente de la JdC explica que "es un lujo poder contar con este belén para la Ruta de este año" y adelanta que "nuestra idea es que vaya creciendo en años sucesivos, si Rafa lo tiene a bien".
Junto con el belén de Rafael Pérez, los visitantes podrán contemplar los primeros pasos de los niños de la Escuela Nazarena en la elaboración de su propio belén. La edición de este año de la Escuela empezó en el mes de noviembre y el tema principal era la confección de un belén con el que poder participar en la Ruta.
"Este año tenemos ya el Nacimiento y algunas figuras que han ido pintando los niños y en las que han estado trabajando desde que se inauguró la Escuela, a fin de poder participar ya en la edición de este año de la Ruta" comenta Sánchez Albendea.

EL AMARRADO SE ESTRENA EN LA RUTA
Los participantes en la Ruta de los Belenes que quieran rellenar el cupón con los sellos de cada una de las hermandades que forman parte de la misma y optar así a los premios del sorteo final tendrán que apuntar este año uno más. A los belenes ya tradicionales de la V. H. de Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol, V. H. de Nuestra Señora de la Soledad (del Puente), V. H. de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo (que está hecho con muñecos de Playmobil), V. H. del Santísimo Cristo del Perdón (La Exaltación), V. H. de Nuestro Padre Jesús Nazareno (del Puente) y V. H. de Nuestro Padre Jesús orando en el Huerto (de San Antón) se suma este año el belén solidario de la V. H. de Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna.
Finalmente, también en el premio final hay novedades este año, pues a la cesta preparada por los productos donados por las hermandades y que constituye el gran premio del Sorteo de la Ruta de los Belenes, se suman este año dos lotes más de productos, de modo que en el sorteo serán tres (y no uno, como hasta ahora) los cupones completos agraciados.
El funcionamiento de la Ruta de los Belenes sigue siendo el mismo que en años anteriores: los participantes podrán recoger su cupón en cualquier belén participante de la Ruta y deberán reunir en él los sellos de los ocho nacimientos (los de las siete hermandades y el del Museo nazareno), cumplimentar sus datos y depositarlo en las urnas habilitadas al efecto.

domingo, 13 de diciembre de 2015

¡POR LADRÓN!

Antaño, en los pueblos solía sustituirse el nombre propio de cada uno por un sobrenombre, mote o apodo que los convecinos nos poníamos unos a otros, con ingenio y buen humor. Pero había que saber captar esa intención y no todos podían o sabían. Por un mote sin ninguna maldad, se armaban riñas y se enemistaba la vecindad por un tiempo.

Resultado de imagen de ANTIGUAS ESCENAS DE LOS PUEBLOS CASTELLANOSTan arraigado y frecuente era el uso del sobrenombre, que aún hoy, cuando preguntamos por una persona y damos su auténtico nombre, la gente no lo recuerda o lo recuerda con dificultad. En cambio, si preguntamos por esa persona dando el apodo que le puso el pueblo, es posible que nos indiquen rápidamente su domicilio o nos den noticias de él. --¿El Sebastián el gato? Sí, ese ya murió… ¿NO sabes que la rosario la dientes se ha casado?
 
Otra forma de trato que solía emplearse en estos pueblos pequeños era la de anteponer al nombre propio el título de tío o tía, aunque nada tuviera de parentesco con nadie; simplemente el tío Antonio era un señor casado o mayor, un vecino al que cariñosamente llamábamos el tío Antonio.
Resultado de imagen de COSIENDO EN LA PUERTA 
Hechas estas pertinentes observaciones, vamos a ver qué sucedió en este pueblo con sus gentes y sus costumbres, con sus quehaceres cotidianos, con sus más y sus menos….

La vida en este pequeño municipio conquense, tras la guerra civil española, no era nada fácil. Como suele pasar siempre tras un devastador fenómeno, ya sea atmosférico, político, etc., el rico se hacía más rico y el pobre no salía de la pobreza. Una minoría de vecinos poseía algún huerto o finca de monte, herencia de sus antepasados, tenían ganado lanar o simplemente montaban algún negocio donde desempeñar artesanalmente sus habilidades, tales como carpintería, horno para cocer pan y venderlo, herrería, etc.

Los propietarios de algún minifundio buscaban allá por san Miguel, cuadrillas de hombres que durante el año les labraban la tierra, la sembraban de cereales que cosechaban en verano, o les vendimiaban la uva de las viñas. Otros vecinos buscaban pastores que les cuidaran las miles de cabezas de ganado que poseían. Y todo esto a veces a cambio de un ínfimo sueldo que no les permitía a los jornaleros mantener a sus familias, con lo que muchos de ellos trabajaban de sol a sol con amos distintos en el mismo día.

También en aquellos años de hambre y miseria, la resina o la teja hecha  y cocida en hornos construidos por el hombre fueron la salvación de algunas familias. Las mujeres quedaban en la casa pero nunca les faltaban quehaceres.

Resultado de imagen de LAVANDO EN EL ARROYOEllas eran quienes amasaban el pan y lo cocían, ellas quienes lavaban a mano la ropa en los arroyos, quienes cuidaban a los niños más pequeños y llevaban a los mayores a la escuela; ellas quienes guisaban y llevaban en ocasiones el almuerzo a sus hombres que estaban segando la mies o trillando en la Hera a varios kilómetros de distancia del pueblo.

Resultado de imagen de RESINANDOLas mujeres también Solían cuidar animales y aves de corral, o criaban cerdos que allá por Diciembre cuando estaban bien cebados, mataban para hacer con ellos embutidos que luego consumían el resto del año, salaban jamones, y era, en fin la matanza, más que una fiesta familiar donde vecinos, amigos o parientes eran invitados a degustar los embutidos o las gachas que hacían los anfitriones, formándose alrededor de esta tradicional fiesta pandillas de jóvenes y no tan jóvenes que con sus bromas y algazaras daban a ese día un color especialy un tono de alegría y humor.

Los porrones y las botas llenos de vino, las copas de aguardiente que se tomaban de buena mañana para calentar los cuerpos de estos hombres que mataban y descuartizaban al cerdo, eran los precursores de alguna que otra borrachera que servía de gran diversión.

Resultado de imagen de JUGANDO A LAS CARTAS EN EL BAREso ocurría en lo que hoy llamamos “entre semana o días laborables”. Los domingos por la mañana, los vecinos del pueblo vestían sus mejores galas para ir a la misa que don Pedro el párroco hacía interminable, sus homilías eran tan largas como bien estudiadas pero algunos niños no las podían aguantar, y si no se quedaban dormidos en los brazos de sus padres, andaban correteando por los bancos de madera jugando y haciendo enfadar al cura, que acababa por sacar a padres e hijos fuera.

Por la tarde, las mujeres solían sentarse en corros a las puertas de las casas o en algún patio para jugar una brisca y ponerse al día de los últimos chismes acaecidos en la semana. Los niños se iban a las Heras o al campo a revolcarse en la paja o jugar con pelotas, cuerdas y demás utensilios rudimentarios con los que ellos mismos construían todo tipo de entretenimientos.
Resultado de imagen de EL BAILE DEL PUEBLO 
Las mozas casaderas se acicalaban lo mejor posible e iban al salón de baile del pueblo  en busca de su mozo –si lo tenían- o simplemente a ver cómo bailaban otras parejas acompañados por el acordeón de Eloy el ciego, un mendigo que tocaba piezas toda la tarde por unos pocos puñados de pesetas que le daban los mozos y que a veces iba de pueblo en pueblo, con frío, nieve o calor, para ganarse un plato de lentejas frías o incluso a veces, una simple patata asada que le daban por caridad.

En invierno, alguno de los vecinos se compadecía viendo cómo se le engarrotaban los dedos helados en el acordeón sin poder tocar una sola tecla, le llevaban una lata con ascuas ardiendo de alguna casa donde tenían lumbre, y esa era su “calefacción”, le duraba poco el calor pero no había otra cosa.

Resultado de imagen de LA LUMBRE DEL PUEBLO
Eloy siempre iba acompañado de Amelia, su mujer, quien lo guiaba y le ayudaba también a portar el instrumento desde su choza al salón.

Resultado de imagen de EL ACORDEONISTAEra una mujer menuda, morena, de facciones poco agraciadas, que muchas veces se iba a charlar con las vecinas o a jugar a la brisca dejándolo completamente solo, y cuando él la llamaba, era respondido con voces burlonas por algún que otro rapaz malvado que quería, pero no podía, reírse de él.

No podía porque Eloy no tenía vista pero sí un oído y un olfato como jamás he visto en otro ser humano. Por el olor nos solía conocer a casi todos, era imposible engañarlo imitando voces porque rápidamente nos delataba.

Divertía a los jóvenes este hombre hasta entrar la noche, única noche en la que había baile porque el resto de la semana no podía ni soñarse con él.

Los hombres ya maduros gastaban la tarde del domingo en la taberna jugando al truque al lado de unos vasitos pequeños de vino o de unas “congas”, “pepsicolas” o “cholés” (ahora llamados batidos), únicos caprichos que se podían permitir un día solamente.

Resultado de imagen de LA TABERNADe la taberna salían a veces más dimes y dirétes que de los corros femeninos, aunque los hombres se los pasaban a ellas y éstas se los contaban unas a otras, por lo que en el pueblo todo conocíamos o creíamos conocer la vida de todos. Nada pasaba desapercibido para nadie. 

Las cuatro de la tarde era la hora en que casi a diario, se formaban grupos de vecinas que sacaban sus sillas, sus labores y sus lenguas a la calle. Unas tejían, otras remendaban los calcetines o pantalones de los hombres, otras bordaban sus ajuares… mientras aguardaban que llegaran los niños de la escuela para darles el vaso de leche con “Colacao”, o bien, que se oyeran los cencerros de las ovejas o los cantos de los labradores avisando de su llegada.

Algunos de ellos esperaban a las mozas en la fuente del pueblo, donde sabían que acudirían cuando el sol cayera para llenar cántaros, cubos y botijos mientras ellos las llenaban de requiebros y a veces también de pequeñas chinitas que les tiraban al pelo o a la cara para hacerlas volverse hacia ellos.

Eran momentos mágicos y deseados por ambos sexos en los atardeceres sobretodo primaverales o veraniegos. Esos momentos en que se declaraban amores, se hacían promesas de futuro o se descuidaban prejuicios con un beso rápido y furtivo que hacía temblar los cuerpos y las almas: temblor de miedo de haber sido vistos por
otros vecinos, temblor de amor… 

Aquella tarde nublada de Mayo, en la puerta de la Rosario la Dientes, había siete mujeres. La primera en salir e iniciar la sesión de chismorreos fue la Trini: 

--¿Qué me contáis hoy, hijas? Estáis todas como tumbas. Yo os iba a contar que creo que… 

--¡ya estamos con los credos, -sentenció la Maximina-; ¿pero porqué no os calláis cuando no sabéis cierta una noticia, o cuando no queréis contarla del todo? NO hay cosa que más me sulfure que los credos; bastantes rezamos ya los domingos con el cura. 

--¡Hija, qué discreta te has vuelto de pronto! NO me has dejado acabar. Pues creo que voy a dejar de salir al sol, así te quedas más a gusto y no tienes que oír credos. 

--¡Bueno, bueno, aquí no se discute, hemos salido a coser y a “cascar” un rato, la que no tenga esa intención no tiene más que quedarse en su casa. Acaba el credo, trini –ordenó la Nieves, a quien todas obedecían sin precedentes, pues era la más mayor y la que más consideración recibía de todas. 

--Pues que creo que ya ha vuelto “el Moleón” a perder alguna oveja de las del tío Gregorio.  YO no sé donde va a llegar ese hombre. Hace unos meses, se le quedaron diez corderos en un pozo y él tan tranquilo a su casa; al día siguiente los diez animalitos estaban ahogados. Esos eran del tío Escolástico que naturalmente, al enterarse, lo echó y ahora no sé a quién encontrará, porque ¡el que aguante al escolástico, ya necesita paciencia! 

--¿Y estás segura de que el pastorcillo pierde las ovejas? Almejar…. No sé, digo que alomejor las vende, o las guisa. 

--¡Vete a saber! 

Una gallina salió embalada de un corral y fue directa al geranio de la Maximina. Al ver como lo picoteaba, ésta agarró su garrota y la emprendió a garrotazos
con ella: 

--¡Pita, pita…, la madre que te parió! ¡Ssssss, sssss –siseaba la mujer para ver si la podía espantar-; si te cojo te aseguro que el domingo hago un caldo
que ni el mismo franco ha comido otro mejor! ¡Trini, o encierras esa gallina, o te encierro a ti en el calabozo! ¿Por qué las tienes que soltar si en la
cuadra tienes de tó pa que coman? 

--¡Pita, a la cuadra! –Vociferaba la trini-. Pos las suelto pa que coman yerba, mujer, todo no va a ser salvao y trigo, que eso hay que pagarlo y no sabes
tú lo que vale ya un saco de trigo. NO te enfades, que yo te planto otro geranio y se acabó. ¡Es que me tienes manía, hija! Si hubiera sido la gallina
de otra vecina amiga tuya seguro que no te ponías así. 

Resultado de imagen de ENCERRAR LAS GALLINAS--¡Déjate de manías, yo no soy ninguna maniática, tengo la mente muy sana y tu deber es encerrar las gallinas y que no fastidien las plantas de nadie ni
ensucien la calle, que vaya ristra de gallinazas que veo y barro a diario. 

--¿Y todas son de mis gallinas? ¡Pues ahora que lo dices, a partir de mañana vas a barrer más, porque voy a soltar las mías y las de mi nuera, así que
pa que lo sepas, a ver si de una vez se te acaba la tontuna. 

NO había acabado de hablar la Trini cuando ya tenía las manos de la otra enganchadas en su cuello. La zarandeó, le arañó y le siguió increpando mientras
corrían las demás para intentar frenar la furia de esta mujer. 

--¡Que andan por ahí los guardias, dejaos de riña, -avisó JOsele, un chico grandullón que venía de la escuela hacia su casa- tienen los caballos en la puerta del Ayuntamiento, así que si seguís dando voces los tenemos aquí en dos minutos y ya veremos si no os sacan los cuartos a las dos. ¿Y mi madre, tía rosario, dónde está? 

--NO la hemos visto hoy, no sé. Pero ¿no está en tu casa? 

--No; me he hartao a llamar en la puerta y no hay nadie. Es raro porque mi padre tampoco puede haber venido del campo tan pronto y ella no se va de casa hasta que llega mi padre. 

--bueno, pues trae esa cartera y ven a mi casa que te de yo la merienda, ya vendrá tu madre cuando pueda. Y vosotras no me esperéis ya, que no salgo, -avisó a las otras-. 

--¿Dónde va a estar su madre? –susurró la Felisa en voz tan queda que apenas si las otras la oían- pues seguramente dándole al pirulí del tío Patas. ¡Ay que ver qué mujer! Con unos hijos buenos y estudiosos, un marido que se mata por una peseta, una casa que ya la quisiéramos muchas, y….  

--¡A ésa lo que le haría falta es que la pillara el marido con las manos donde dices, y luego le diera su buen escarmiento, -decía la Trini presumiendo de Fiscal-. YO no me explico cómo lo hace para que el pobre justo no se entere de ni. Si yo se la juego así al perico, al día siguiente me veo en la calle sin un duro y seguramente apaleá. 

Por la calle abajo iba la tía Modesta, trompeta en mano, pregonando. Era la alguacila –así la llamábamos- del pueblo, y cada vez que venía un tendero a vender algo, cada vez que el alcalde echaba un bando, ella tenía que avisar del evento por todo el pueblo. Tenía una voz agudísima que se te clavaba en los oídos, y soplaba la trompeta con gran habilidad de forma que cuando paraba en una esquina ya se le oía por todo el pueblo: 

Resultado de imagen de PREGONERA
--¡Por orden del señor alcalde, se ha de saber: que mañana a las doce, todos los vecinos estamos convocados en el Ayuntamiento para tratar de encontrar al ladrón que anda robando corderos desde hace tiempo. Dice el alcalde, que a quien de alguna pista de él le darán un buen dinero.   

--¿habéis oído? ¡Robo de corderos, no pérdida! –Dijo la Matilde-. YO juraría que es el MOleón, pero claro, ¿y las pruebas? 

--¡Oye, oye, no te adelantes, hay que estar muy seguras antes de cantar y sabes que por aquí ha habido ladrones que no eran moleones. MI Julio el otro día decía que le habían quitao tomates del huerto, que si sería no sé quién y no sé cuántos, y acabamos discutiendo porque yo antes de juzgar, tengo que ver y tocar la verdad –sermoneó la Modesta-. 

Resultado de imagen de REBAÑO DE CORDEROSEl Alcalde, efectivamente, tenía preparada una buena recompensa por si salía alguien que se atreviera a delatar al ladrón de los corderos. Dijo que si se descubría, él se pondría muy contento porque con el castigo al ladrón escarmentaríamos todos los vecinos por si a alguno se le ocurría hacer lo mismo.

Pero seguramente se puso más contento aún al no obtener ninguna pista porque se ahorró esas pesetas. El caso es que en la taberna, en los corros y en la fuente, casi todas las culpas recaían en el tío  MOleón, un hombre ya entrado en años que vivía en una casa grandota que heredó la mujer de sus padres.

Tenían 3 hijos: dos varones y una hembra a la que de ninguna forma podían casar, por pobres y porque la muchacha, además de poco agraciada físicamente, tenía algún agujerito mental. El Moleón iba a jornal, donde salía. Unas veces de peón de albañil, otras de segador, y las más de las veces, de pastor con cabras y ovejas.

En los pueblos, la mayoría de veces se hurtaba por pura necesidad, pero también los había ladrones por vicio, que eran aún más peligrosos, pues si no hurtaban hoy lo hacían mañana pero no dejaban de hacerlo.

Así pues, y sabiéndose acusado, el hombre trataba de salir de casa lo menos posible, y cuando iba con las ovejas siempre llevaba un hacha en la mano “por si me tocan las narices” según decía.

Todos le acusaban pero nadie daba la cara; todos hablaban de él pero nadie mostraba pruebas de haberlo visto con un cordero u oveja furtivamente. 

Un domingo por la tarde, caminaban Eloy y Amelia desde su casa hacia el salón del baile, con el acordeón sobre la espalda, cuando de pronto, él se detuvo y preguntó: 

--¿Por dónde vamos, Amelia? 

--Justamente por la puerta del corral del Moleón. ¿Por qué lo preguntas? 

--¿es que no te huele a algo raro? ¿Algo como a mugre de ovejas?  

El moleón no se puede permitir el lujo de guardar ovejas en su corral. Y a mí me huele a lana. 

--Bueno, a mí no me huele a ná, pero podría ser en casa de otro. Anda, vamos, que se nos hace tarde. 

Pero Eloy no quería seguir hacia el salón. Tenía una idea fija en la mente y la quiso llevar a cabo: 

--Llama a la puerta y diles que te den unas ascuas para calentarme en el salón, que tengo mucho frío. Y cuando abran la puerta, veremos si huele o no huele a ovejas. Asás. 

Así lo hizo Amelia; sacudió la aldaba de la puerta de la casa con fuerza pero nadie respondió. Siguió llamando, y nada, silencio total. Al cabo de unos minutos, Eloy, con su oído exageradamente perfecto, oyó cómo alguien precipitadamente decía: 

--Mételo ahí antes de abrir. 

Sin más preámbulos, Eloy tiró fuertemente de su mujer y le pidió que lo llevara a casa del alcalde, ella no entendía nada, pues oía mucho menos que él y no se había enterado de nada. Además sintió miedo de que al descubrir al ladrón, pudieran luego vengarse de ellos.

Pero él seguía tirando de ella, con tal ímpetu que no tuvo más remedio que guiarlo hasta la casa del edil. Llamó muy nervioso a la puerta y el alcalde, con el susto metido en el cuerpo, salió a ver quién llamaba de ese modo. En cuanto abrió, Eloy le espetó: 

--¡A casa del Moleón, pronto; hay  un olor insoportable a mugre, por lo tanto puede que haya también faena! 

El ciego rogó y suplicó al alcalde que no lo traicionara, a fin de cuentas, él no había descubierto nada, solo dijo que olía a mugre. El edil, sonriendo,
le prometía además de una suculenta recompensa si había dado con el misterioso ladrón, un absoluto secreto, podían irse a casa y estar bien tranquilos.

Él se dirigió solo a casa de los Moleones; llamó a la puerta suavemente para no alertarlos de lo que se avecinaba. Salió la hija a abrir con las manos llenas de grasa y restregándose los ojos con la punta del mandil. 

--vengo en busca de tu padre, necesito que me eche una mano en un negocio. Dile que salga. 

--Mi padre no está, -mintió la bribona-, pero si quiere, puede ir mi hermano a ayudarle en lo que sea menester. Lo llamo ahora mismo. 

--No señorita, necesito a tu padre y si ahora no está puedo esperarlo dentro, si es que me dejas pasar, claro. 

La moza se puso colorada como un tomate, se aturulló y al final dijo:  
--¡es que está malo en la cama, y el médico no deja pasar a nadie más que a nosotros! 

--¡Anda tu sal! –sonrió el tío Sixto-, resulta que tu padre no estaba en casa, y ahora sales con que está malito y no quiere don Julio que pase nadie más que vosotros. Mira, no me seas mentirosilla, que se te van a poner los dientes como la vía del tren de largos. Déjame pasar o dile a tu padre que me acompañe por las buenas al Ayuntamiento; no tardaremos mucho en salir de allí, ya verás. 

“¡Te pillé, Moleón, te pillé gracias a las narices de Eloy! –Se decía para sí  el tío Sixto mientras aguardaba paciente a que saliera el acusado-. ¡Quien menos recursos tiene, va y nos descubre el misterio!, ganas me están dando de llevármelo de caza en sustitución de mi Chole, éste hace tiempo que no huele una liebre y sin embargo Eloy ha apuntado a un gran ladrón.

Porque me consta que las ovejas no se caían a un pozo o se le quedaban por el monte, no, éste ya lleva robadas unas cuántas y ve a saber lo que hará con ellas, pero caro le va a estar, bien caro… Y ahora que me fijo más, es verdad, aquí huele que apesta a mugre. Deben tener colgado algún pellejo dentro del corral…   

Eran las ocho de la tarde del día siguiente; todos los habitantes del pueblo estaban ya metidos en sus hogares, unos haciendo la cena y otros degustándola.

Por algunas ventanas había rendijas abiertas para que saliera el humo de las chimeneas. De pronto, alguien gritaba: 

--¡Por ladrón; por ladrón! 

Al oír los gritos y llantos, los vecinos fueron asomándose progresivamente a las puertas de sus casas, y el espectáculo, divertido para algunos, macabro para otros, dejó ver al tío MOleón esposado entre dos guardias, con el pellejo de una oveja sobre sus espaldas, yendo de puerta en puerta y gritando la causa de su desdicha. Allí donde no llamaba o allá donde no gritaba, recibía un puntapié en la pantorrilla con las botas de los guardias. Así, exhausto por el peso del pellejo y las esposas en sus manos, ya casi sin voz para gritar, llegó al Ayuntamiento, donde ya estaban congregados chicos y grandes para vitorear al alcalde por tal castigo y burlarse del ladrón. Las rechiflas fueron en aumento: 

--¡hala, cuando quieras, vuelves! –decían unos-. 

--¡Has ido a por lana y has salío trasquilao; no te está mal empleao, ladrón! –vociferaban otros.

Por fin, la plaza del ayuntamiento quedó desierta, y al Moleón lo dejaron allí encerrado hasta el día siguiente en que lo volvieron a esposar, pero esta vez, para llevarlo a la cárcel de la capital donde habría de cumplir sabe dios cuántos meses de condena. El alcalde cumplo al máximo la promesa hecha a Eloy de no delatarlo, pero

Amelia, que no había prometido nada y que como buena mujer tenía un deseo atroz de contar las proezas de su marido, no tardó en pasear su lengua por las casas de las vecinas con quien más relación tenía. 

Así, sin saber cómo ni porqué, Tanto ella como el ciego se vieron de pronto
invitados a las mesas de muchas familias que les agasajaban con lo mejor de sus despensas. Le cantaban, le vitoreaban, lo trataban como si fuera un gran
científico que acabara de dar con la vacuna de la tosferina librando al pueblo de la enfermedad… Mientras, el señor alcalde, echando mano de sus buenas
influencias en la capital, buscaba una casita confortable donde alojar a esta familia, mientras conseguían que la ORGANIZACIÓN NACIONAL DE CIEGOS le concediera la venta de su lotería, con que poder ganarse una vida mucho más digna de la que hasta ahora llevaban. 

Dos casas se cerraban a cal y canto en el pueblo: la del Moleón, cuya prole había desaparecido de repente sin dejar ni rastro de su presencia. Y la casucha
prestada donde Amelia y Eloy malvivieron unos años de la caridad del pueblo.

El día en que a él le concedieron casa nueva, los vecinos quisieron rendirle un gran homenaje. Juntáronse en la plaza del ayuntamiento, donde llevaron botas llenas de vino, manjares de la huerta y la despensa, y un toca-discos para que bailara todo el que supiera o quisiera.

El alcalde, subido en un carro previamente establecido allí, echó un solemne discurso en el que reconoció a Eloy como “un ejemplo de valentía, superación y buen comportamiento”.

 Tras el discurso, unos cuántos mozos extendieron en el suelo una manta, y, quieras o no quieras, obligaron a Eloy a tumbarse en ella, por más que forcejeaba por librarse de los manteos, fue imposible evitar que aquellos brutos mozalbetes agarraran la manta por los extremos y la levantaran cuanto sus fuerzasles permitían, que no eran pocas a la sazón.

Mientras lo manteaban a gusto, el resto de la gente gritaba: 

--¡Por narices, por narices, campeón, nos libraste del ladrón! 


FIN