domingo, 1 de mayo de 2016

MI VIDA ES BELLA

Hasta que Bella llegó a mi vida, todo eran tinieblas. No salía a la calle por miedo a ser atropellada; iba siempre acompañada, y a veces me privaba de un paseo, una diversión por no disponer de un guía. Sabía que ese no era el camino hacia la independencia, pero el miedo podía más que la voluntad. 

Resultado de imagen de El Labrador Retriever perro guiaUn buen día, me llaman de la escuela de perros guía de Rochester para recoger a mi nuevo acompañante. Los nervios y la impaciencia me consumían. ¿Cómo sería? ¿haríamos buenas migas? Pronto lo supe. La entrenadora nos dejó solas a mí y a una perrita labrador de 40 kilos de peso y un pelo amarillo y fuerte. Nos acariciamos mutuamente, jugamos revolcándonos en el suelo de la habitación, ella me miraba con ojos muy abiertos como diciendo: no te preocupes, te seré fiel y nos divertiremos juntas… 

Ya en Jábaga, mi pueblo,  con la  flamante perrita, mi casa era un espectáculo, todos querían verla, tocarla, los niños hacían de ella un juguete; le tiraban del rabo, de las orejas, y ella lo soportaba resignada aunque a mí me desesperaban esas diversiones de mal gusto.  
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Un día descubro en Internet un concurso de relatos convocado por el Ayuntamiento de Villamayor de Santiago; me encanta escribir, y además, quería hacer una escapada para ver hasta qué punto Bella sabía guiarme fuera de los recorridos rutinerios. Así pues, participé, y para mi sorpresa, fui premiada. Había que ir allí a recoger el obsequio y yo no conocía absolutamente nada de ese pueblo tan hermoso y  grande. 

Varias personas quisieron  acompañarme por miedo a que nos perdiéramos pero me negué, si había ido a por un perro era para tener independencia gracias a él, de modo que juntas, partimos en autobús. Bella se tumbó bajo mi asiento tranquilamente y no se movió hasta el fin del trayecto.
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Ya en el pueblo, varios vecinos nos orientaron para llegar hasta el Consistorio, en cuyo salón de actos debía leer mi relato en público. A unos 20 metros de distancia, Bella tiró fuertemente de mí hacia atrás y un ruido estridente me asustó. 

Calle Mayor
Ella cayó al suelo inmóvil, y a nuestro alrededor empezaron a oírse gritos e insultos, claxon de coches y sirenas de ambulancia. Yo no supe reaccionar, no sabía lo que estaba sucediendo. Inmediatamente acudieron varios vecinos con botiquines y agua para reanimar a mi perrita. Ahora ya no oía insultos sino halagos: “¡Vaya animal más listo, qué buena, de la que la ha librado! ¡Si no llega a ser por la perra, la habría machacado ese coche; no hay respeto a nada ni a nadie!“ 

El veterinario fue avisado y allí mismo puso a Bella una inyección para prevenir infecciones, pues le habían herido en la pata izquierda. Le colocó un apósito y ella se levantó a los pocos minutos intentando echar a andar. Pero los vecinos no cesaban de acariciarla y ensalzar su valentía por haberme salvado de la muerte. En un instante, la plaza Mayor se llenó de juguetes para Bella, y, de repente, me enseñó un enorme trozo de queso manchego entre sus dientes que me ofrecía como si el regalo fuera para mí. “¡Por guapa, por _salá-, por valiente!”, oía gritar a los vecinos. 

Las lágrimas me impedían articular palabra. El valor que le daban al animal fue el mejor premio que podían darme. Y desde ese día, cuando alguien me pregunta cómo va la vida, siempre respondo: 

“¡Mi vida es bella!”

MARÍA JESÚS CAÑAMARES MUÑOZ

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