jueves, 22 de diciembre de 2016

SUERTE

Suerte es una figurita muy importante, aunque casi todos decimos no conocerla. 
Algunos la tildan “de _mala”, otros “de _buena”. 


Hay quienes dicen que les vuelve la espalda; pero Suerte no niega su mano a quien la precise, es educada aunque de tonta no tiene un pelo y sabe bien quiénes la necesitan y quiénes la llaman por probar su paciencia. 

Cuando más la requieren es en Navidad y van a buscarla desde todos los rincones de la ciudad para que los acompañe pero este año ha decidido salir a la calle disfrazada de mendiga, así no la atosigarán, podrá pasear tranquila y escoger cuidadosamente a quién acompañar y a quién no. Coge su bastón, se viste con la peor ropa y sale.

Es el día 22 de Diciembre y los niños del colegio de san Ildefonso cantan desde las 8 de la mañana números y más números buscando a la suerte para que unos pocos ciudadanos se hagan millonarios. Nieva con fuerza y el frío penetra en los huesos. Nadie parece reconocerla con su vestido azul marino lleno de cosidos, un gorro de lana descolorido por el uso y unos zapatos que han recorrido ya muchos kilómetros a juzgar por el estado deplorable en que se encuentran. Entra en un bar para implorar un café caliente y oye una conversación entre los parroquianos:

            -¡Maldita sea mi suerte, siempre igual; llevo 4 décimos y nada!
            -Yo no conozco la suerte; en mi familia todo son problemas y enfermedades, está visto que la suerte me vuelve la espalda. También llevo 6 décimos distintos y no me ha tocado un euro.

Suerte pensó que si tantos décimos habían comprado no estarían tan carentes de dinero, y encima maldiciéndola y acusándola de darles la espalda. Pues no sería ella quien los siguiera a ningún sitio. Tomó el café que el camarero le regaló por caridad, y salió al exterior.

Los niños jugaban haciendo bolas y muñecos de nieve tirándoselas unos a otros; las señoras corrían de un lado para otro ultimando sus compras navideñas, y en los centros comerciales sonaban constantemente los villancicos. En la puerta de un lujoso hotel, dos hombres se despedían:

-¡Que te acompañe la suerte y no se entere tu mujer, yo no diré nada, descuida.

-Gracias, Luis; si se cumple tu deseo podremos volver a estar juntos en nochevieja, he pagado un dineral para el cotillón pero ella se lo merece, ¡es tan joven, tan bonita, tan…!

  “¡Hola, infidelidades tenemos! –se dijo Suerte para sí-, ¿y quieren que los acompañe yo? ¡Ni hablar, de complicidades ni hablar!”

 La gente pasaba a su lado pero aun viéndola en un estado de pobreza tan extremo nadie le ofrecía un bocado o un abrigo. No sabía dónde ir, parecía que tenía que socorrer a todo el mundo pero a ella nadie la ayudaría.

Al atardecer, vencida por el cansancio se dirigía cabizbaja a su casa, cruzó un parque y se fijó en una figura tan estrafalaria como la suya; se le acercó para verlo mejor. Era un pobre niño que no tendría más de 12 años, delgadísimo y harapiento. Ella le preguntó:

            -¿Qué haces aquí sentado? ¿no ves que te vas a enfriar?
            -¿Y dónde quiere usted que vaya, si no tengo en el bolsillo más que un mendrugo de pan duro?
            -¿Y qué piensas hacer, seguir así todos los días de tu vida? ¿No tienes familia?
            -Somos una familia desahuciada, mi padre no tiene trabajo, no podíamos mantener la casa y nos echaron a puntapiés de ella. Mis 3 hermanos menores se van con mis padres todos los días a mendigar por ahí pero a mí me da mucha vergüenza y prefiero esperar sentado en un banco algún golpe de suerte que nos saque de esta situación.

Suerte tendió la mano hacia el chico y le dijo:

            -Vamos juntos a pasear y me sigues contando vuestra historia, ¿te parece?

Así lo hicieron, y a los pocos metros, ella ordenó:

            -Mira, haz el favor de coger ese papel que han dejado ahí tirado, la gente es muy descuidada.

Cuando el chaval se agachó para coger el papel, recibió un gran golpe en la espalda; se levantó y protestó:

-¡Ay, vaya golpe que me ha atizado usted, caramba!

            -¿No querías un golpe de suerte? –dijo ella muerta de risa- Lo empujó suavemente hasta la puerta de la administración de loterías, le mandó extender el papel ante los ojos del dependiente, y éste exclamó:

            -¡Qué suerte, te ha tocado el gordo!


Fdo.: Lucecita

domingo, 18 de diciembre de 2016

LA VENDEDORA DE “PAPANASIS”


Como cada mañana, Cati y Alina salieron a la calle, dispuestas a luchar una vez más con las inclemencias del cielo para ganarse unos euros que les permitan malcomer, y también alguna bronca de los municipales por su venta ambulante. Cati siempre fue una mujer, maltratada por la vida y los hombres que hicieron de su cuerpo la mercancía para sus insaciables deseos carnales. 

Alguien la trajo de Rumanía como a tantas otras chicas, prometiéndole un trabajo digno con un sueldo inmejorable, pero esa promesa todavía hoy sigue en el aire. Pasó por muchas ciudades, por muchas manos masculinas; y fruto de ese tránsito vino al mundo una niña a quien bautizó como Alina  cuyo padre jamás quiso darle sus apellidos. 

Cuando su “jefa” se enteró del embarazo la recriminó por incauta y la dejó en la calle, sin más compañía que la de su propia sombra. Pasaba días y noches herrando por esas calles de Dios llamando a las puertas, pidiendo un bocado, ofreciendo sus servicios para trabajar en algún oficio que no fuera como el anterior.

Dormía a veces sobre un banco a plena luna, otras, en casa de algún compatriota con más suerte que ella, pero poco tiempo tardaban en negarle hospitalidad alegando cualquier pretexto, y ella se veía de nuevo en la calle sola y sin futuro. 

En su último mes de gestación, encontró un centro de acogida que fue su hogar y el de Alina por un tiempo. Allí  pasaron su primera Navidad, exenta de familia, de regalos, de amor… La segunda fue todavía más triste, porque la niña enfermó gravemente y hubieron de pasarla en el hospital. Y esta tercera, cuando la pequeña ya tenía 3 añitos, ¿dónde la pasarían?

PAPANASIS
Por el momento, su amiga Camelia, la única en quien confiaba y le encomendaba el cuidado de su hija mientras ella se iba a vender “papanasis”, “cozonac”, castañas, hijos  secos o uvas pasas, le había prestado una pequeña habitación de su reducido hogar para que al menos tuvieran un techo donde cobijarse, pero le había advertido que no sería por mucho tiempo ya que se iba a traer a parte de los suyos a España. 

Camelia fue quien le sugirió la idea de cocinar los “papanasis” y “cozonac” en su casa  y venderlos junto con algunos dulces más en estos días, siquiera para ganar el sustento. Así pues, salía con sus cajas colocadas en un carrito por la mañana y volvía a casa cerca del anochecer, exhausta por el cansancio y a veces sin una miga de pan en el estómago pues lo poco que ganaba de la venta tenía que invertirlo en la compra de víveres para su hija e ingredientes para cocinar ella misma los famosos pastelitos que vendería al día siguiente.
COZONAC

A veces Alina se ponía a llorar cuando la oía marcharse y no tenía más remedio que volver a por ella y llevarla consigo. Era entonces, por increíble que resulte, cuando Cati tenía más despacho, ya que la dulce Alina repartía sonrisas y saludos por doquier, atrayendo a los transeúntes con su gracejo y su media lengua. Así, se acercaban para jugar un momento con ella y de paso comprar algunos de los manjares que ofrecía su madre. Pero otras veces la chiquilla tenía frío, hambre, o sueño y solo quería estar en los brazos entonces Cati  acababa volviendo con ella y la mercancía restante a casa.

Uno de esos días, la mujer estaba distraída pesando dulces a una anciana, cuando oyó cómo un hombre hablaba con Alina pidiéndole que le diera uno. La niña, con su inocencia tendió su manita hacia él y le ofreció el pastel.

-¡Está delicioso; muchas gracias, monina! Ahora tenéis que iros de aquí inmediatamente.

Cati al oir esto se volvió como por un resorte y vio a un Municipal con su pistola al cinto que la miraba reprochándole con blandura que vendiera en la calle sabiendo que estaba prohibido. Al quedar frente a frente los dos se miraron estupefactos; se reconocieron mutuamente y Ella, con lágrimas en los ojos que bajó hasta el suelo, le acertó a decir:

-¡Vaya, sigues igual! Creí que ya nunca se iban a cruzar nuestros caminos, pero ya ves, el mundo es un pañuelo y el destino nos ha puesto frente a frente: tú, con tu flamante uniforme, tu arma y tu descaro echándome de aquí ignorando mi pobreza. Yo, con una niña a quien sacar adelante. Seguro que tu casa es un palacio mientras que nosotras no sabemos todavía dónde podremos pasar estas tristes fiestas. El policía también la había recordado al instante. Habían tenido momentos íntimos, y aunque nunca la maltrató, tampoco guardaba ningún grato recuerdo.

Cati siempre pensó que fue una  más de las muchas que acogieron sus brazos. Pero ahora que la volvía a ver en esta situación precaria, con una criatura indefensa y sin hogar, se sentía avergonzado de haberlas importunado. Acarició a la niña en la mejilla, la miró a ella y le suplicó con los ojos  el perdón; él no quería molestarla y comprendía su necesidad y sobre todo la de la pequeña pero tenía que cumplir órdenes supremas. 


Cati pudo por fin despachar a su única cliente y cogiendo a su hija junto con sus bártulos emprendió el camino hacia otra esquina esperando no ser interceptada de nuevo por los guardias de seguridad. Acabó allí su venta y se dirigía a casa, cuando a pocos metros de distancia, un hombre alto y fornido se les acercó; era él otra vez, las estaba siguiendo. Ella trató de acelerar el paso temiendo que les hiciera daño pero él dio una gran zancada y se plantó delante; ahora iba de paisano:

-Cati, no te asustes, esta vez no voy a echaros  de ningún sitio sino que vuelvo a ofreceros mis disculpas por lo ocurrido esta mañana.

-No te preocupes, ya estás perdonado, entiendo que debo cumplir la ley pero a veces la necesidad me obliga…

Ya no pudo decir más, los ojos se le llenaron de lágrimas contagiando a la niña y al hombre que tenía al lado, conmovido de pies a cabeza. A los pocos minutos él les ofreció:

-Vamos a entrar en Navidad, ¿Querríais venir a cenar conmigo la noche de Nochebuena?

Cati negó con la cabeza mientras que Alina afirmaba con la mirada.

-Gracias, tenemos una habitación en casa de una compatriota y aunque la cena será muy modesta podremos acostarnos con el estómago lleno, pero agradezco  tu generosidad.

-Piénsalo un momento, te lo ofrezco de corazón. Estoy solo y hace ya muchos años que para mí dejó de celebrarse la Navidad, suelo irme en esos días a algún lugar recóndito donde nadie me imponga obligación alguna. Pero estoy dispuesto a sacrificarme para resarciros del mal momento que os he hecho pasar. No me lo niegues, mi casa es sencilla pero acogedora. ¿Verdad que tú sí quieres venir conmigo, nena linda? Por cierto: ¿cómo te llamas?

-Sí, sí, vamos, Yo me llamo Nina, y mami Cati –chapurreó mientras tiraba de la mano al policía.

-¿Nina dices? –preguntó extrañado.

-Se llama Alina –respondió su madre en nombre de la niña. Ésta seguía aferrada al brazo de Miguel, pero la mujer, tímida por naturaleza y desconfiada por prudencia, prefirió aplazar la visita.

  -vamos, Alina, es tarde. Ya iremos algún día.

Él prometió ir a recogerlas en su coche cuando quisieran ir; tomó el número de teléfono de Cati, despidiéndose de la pequeña con un beso paternal.

Cuando llegaron a casa de camelia y le contaron lo sucedido, ésta sonrió maliciosamente y les dijo:

-Bueno…, al menos podríais cenar una noche decentemente, además…, en fin, yo te iba a decir que fueras buscando algún sitio donde poder pasar las Pascuas, porque nosotros tendremos visitas y necesito la habitación.

Cati se quedó pensativa y al cabo de unos minutos dijo tristemente:

-Podías haber avisado con más tiempo.
 
Aquella noche no preparó nada para venderlo al día siguiente; no tenía fuerzas, pero sí otros preparativos para marchar con su hija hacia Dios sabe dónde. 

El día 23 amaneció con los árboles y el pavimento cubiertos de nieve cual un manto blanco que la naturaleza quiso regalar a la ciudad. Cati y Alina se vieron obligadas a permanecer en casa de Camelia, era imposible salir a la calle ya que el espesor del manto de nieve crecía cada vez más conforme pasaban las horas. 

La mujer se sentía desolada, su amiga necesitaba la habitación, ella no podía salir para buscar otro refugio… Recordó por un instante al hombretón que les había ofrecido su casa para ir al día siguiente a cenar pero su sensatez la volvió a la realidad: solo ofreció la cena de esa noche, nada más.

La nieve seguía cayendo con intensidad sobre los tejados, allá a lo lejos, se oían villancicos que seguramente cantaban los niños del colegio de Santa María, próximo a la casa de Camelia. Cati lloró desconsoladamente pensando lo difícil que sería ingresar a su hija en uno de esos colegios y darle una educación. Ella no podía costearlo a menos que cambiara mucho su situación laboral. Había que comprar ropa nueva, zapatos, material didáctico, comida… demasiados gastos para tan reducidos ingresos.

Aquella noche de sombríos pensamientos, madre e hija cenaron en compañía de Camelia y su familia por última vez. Cati preparó una maleta con los pocos enseres de ambas y anunció que el día siguiente temprano dejaría la casa, agradecida, sí, pero muy triste. Camelia le preguntó dónde irían y ella, resuelta, firme, respondió:

-A nuestro país; al menos allí tengo a mi familia que cuidarán de la niña mientras yo busco donde emplearme. Aquí no tengo nada, allí tampoco, pero en España estamos solas.

-¿pero no habías quedado en cenar mañana con ese señor que dices haber reencontrado? ¿Cómo vas ahora a irte sin siquiera decirle nada?
-No te preocupes, ya se buscará otra compañía.

Se acostaron temprano y  Cati no dormía dando vueltas en su cabeza al viaje y el recibimiento de su familia cuando vieran que solo tenía el dinero justo para el desplazamiento y no podía aportarles nada. Ya de madrugada el sueño la venció.

La despertó al día siguiente el sonido de su teléfono, que respondió aún soñolienta. La voz del interlocutor, la despejó totalmente:

-Preparar vuestros equipajes, todo lo que tengáis, que voy a recogeros.

-No, Miguel, no hace falta-respondió ella. Nos marchamos a mi país dentro de una hora.

-¡No puede ser; me habías prometido cenar conmigo y ya está todo encargado, espera a que pasen estas fiestas.

-No, es mucho tiempo y no puedo vivir de lo poco que nos queda ahorrado; no insistas, he decidido el viaje para hoy mismo.

Oyó a Miguel respirar agitadamente y gritar una blasfemia, cortó la llamada en seco y la dejó desconcertada. Vistió a la niña, cerró el equipaje, y salieron a la calle en un día sin nieve ni lluvia. El sol quería imponerse sobre la niebla matinal sin lograrlo. Olía a chocolate, a castañas asadas, ¡a Navidad!

Esperaron el autobús que las llevaría al aeropuerto junto con más viajeros. Cerca de ellos, varios comercios exhibían a Papá Noel sentado en su trineo tirado por varios renos en la nochebuena para repartir regalos a los más pequeños. Alina, lo señaló con su dedito y dijo saltando alrededor:

-Quiero muñecas y ositos.

Nadie le respondió; un nudo grueso atenazó la garganta de la mamá y tiró de  su hija hacia otra dirección para que dejara de ver al viejo de barba blanca. Bolas doradas, piñas y cintas rojas, campanitas verdes y todo tipo de adornos navideños colgaban de un pinito que adornaba la fachada de una tienda de ropa. Cati se dio cuenta entonces de lo poco que pesaba su maleta, pues en ella no llevaba apenas prendas de vestir

Llegó el autobús y todos subieron a él; Alina echó una última mirada a Papá Noel, le mandó un beso con su manita y su boca y partieron hacia el aeropuerto que las llevaría a Rumanía.

Aún faltaban dos horas para que el avión despegara y no habían tomado más que un vaso de leche que camelia les ofreció al salir. Iban a pasar a la cafetería, cuando un fuerte tirón del  bolso de Cati les hizo girarse asustadas y dar un grito de alarma al pensar que iban a ser atracadas. Al ver a Miguel con varias cajas y bolsas, Alina se le echó en los brazos esperando que las abriera.

-No, pequeña, esto lo deberías abrir tú; pero te marchas, mamá quiere que os marchéis, y aquí es imposible desenvolverlo todo. Cuando lleguéis a casa, espero que te gusten los regalos que te traigo con toda la ilusión.

La niña lo abrazó tiernamente y le dijo agradecida:
  
-¡Gracias, Papi, te quiero mucho!

En los ojos de Miguel había lágrimas, y también, una pregunta que sus labios no se atrevieron a pronunciar. Cati la adivinó pero tampoco pudo responder. Avanzaron ambos unos pasos y unieron sus bocas en un deseado beso que duró largo tiempo.

-Es el beso más dulce que jamás he recibido.

Sonrió con tristeza y dijo emocionada:

-¡Quizá algún día!…


Fin.    

viernes, 16 de diciembre de 2016

NAVIDAD SOLIDARIA

Siempre me han gustado las navidades. No sabría decir exactamente por qué, pero se respira algo especial.

 Sí es cierto, todo lleno de bolsas repletas de compras, a veces innecesarias...

 Pero hace dos años fue tan...  que, todavía algunos días me despierto, incluso casi sin haber dormido, con la alegría pintada en el rostro y en el alma.

Javier salió aquella tarde del colegio un tanto silencioso. Estaba claro que preguntar no serviría de nada, por lo que decidí escuchar. Muchas veces el problema es precisamente que alguien nos envía señales, casi casi imperceptibles, pero cargadas de una fuerza extraordinaria.

 El mutismo de Javier me molestaba, sobre todo porque parecía no querer compartir algo que realmente le preocupaba.

 Y me lancé, supe que aquella podría ser una mala opción...

Y no lo fue.

 Entre Bea, Ana, Marta, Alex y Dani montamos poco a poco el pequeño belén que tantas horas nos había ocupado desde aquel fantástico día del mutismo.

“No cabe por aquí”, “no entra por allá”, “por la izquierda parece que ajusta”... Finalmente el maletero del coche estaba con su misterio, sus reyes magos, su castillo de Herodes, su.... ¡todo, lo que se pueda imaginar y hasta no imaginar!

 La cesta con el jamón, el pandero y la guitarra, los matasuegras y los papelillos.  Ni siquiera faltó la nieve que ese día quiso también estar presente. Caía mansamente. Como si no quisiera manchar nuestros planes o impedir el desplazamiento del vehículo. Soplaba un viento gélido pero nosotros no lo sentíamos, lo que sí notábamos era el  nerviosismo en nuestros cuerpos  y la  emoción en nuestras almas.

 Cuando llegamos, el olor especial a azahar, a laurel y canela nos sorpendió.

 No sabía si había sido una buena idea, pero Javier me decía con su sonrisa mellada que no nos habíamos equivocado.

 Salieron a nuestro encuentro con sus vestimentas diferentes, pero también con sus mejores galas.

 Sacamos todo, ellos también empezaron a extender por el suelo todo tipo de dulces, conocidos y extraños... Juguetes de madera, bolsitas con dibujos...

 El más pequeño, Marouan, se acercó a Javier y le dio un gran abrazo.

 Ellos parecían disfrutar como nadie, viviendo un momento único: el de la acción solidaria.

 Maroouan y Javier hablaron muy bajito, pero sus rostros nos dijeron que habíamos acertado,  como un sueño que deja de ser una nube para convertirse en realidad.

 Un poco más, y los zapatos y el alma de todos aquellos ancianos, la soledad y el abandono de otros, por un momento se llenarían con todo lo que con gran ilusión habíamos estado haciendo la última semana y media.

No éramos ya ellos y nosotros, sino un solo grupo, musulmanes y cristianos, quienes gracias a unos niños, Javier y Marouan, harían que sus abuelos, Manuel y Alí, así como sus amigos de residencia de ancianos, disfrutasen esa Navidad con nuestros regalos.

 Y no hubo ninguna mala cara, pues todo había sido pensado por y para nuestros mayoress, que tanto se han desvelado por sus hijos, nietos, que tantos y tan fantásticos momentos han regalado de su vida.
 Cuando regresamos a casa, Javier me miró y simplemente me dijo una palabra

: -¡Bien!.

 Y fui muy feliz.


Fdo.: María Jesús Cañamares Muñoz