miércoles, 1 de marzo de 2017

LECCIÓN JUSTICIERA PARA ADULTOS INSENSIBLES

El recreo se me pasó en un suspiro; teníamos media hora para almorzar, jugar, charlar, conquistar a alguna chica… Y como todo no podía ser al mismo tiempo opté por jugar un partido de fútbol, deporte que siempre me ha entusiasmado hasta el punto de posponer algunos quehaceres que, a juicio de los mayores, son mucho más importantes en la vida. 

Pero para mí no hay nada más apasionante que un partido de fútbol bien jugado, es decir, con la máxima ilusión y dedicación por parte de los jugadores y del entrenador. Y el de esta mañana ha sido tan interesante, tan entretenido, que cuando ha sonado el timbre de entrada al aula yo aún sostenía la pelota en mis manos con la esperanza de marcar el cuarto gol. 

Ni siquiera me había comido el bocadillo de jamón y queso que Luci la sirvienta me había preparado envuelto cuidadosamente en papel Albal para su mejor conservación. Lo miré con indiferencia, no tenía apetito y en clase no podía comerlo. Acabadas éstas, ya tenía en la mesa un par de platos calientes y una fruta para regalar a mi estómago, ¿qué haría pues con el bocadillo? 

Guardarlo para el día siguiente ni se me ocurriría, ¡qué asco, estaría malísimo!, dárselo a un compañero, menos todavía. Cada cual tenía el suyo; donarlo al primer mendigo que encontrara en el camino tampoco me seducía porque dice un refrán: lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie, y esto se aplica también a perros, gatos u otros animales que merodeaban por la zona, así que decidí tirarlo a un contenedor de basura. Al acercarme a él vi a un niño más o menos de mi edad, flaco como un fideo, que me escrutaba con ojos tristes.

-Si vas a tirar eso, dámelo, por favor, -me dijo casi con lágrimas.

-No puede ser, lo que no quiero para mí, no lo quiero para nadie. Si tienes hambre ven conmigo a casa y comerás lo que haya en la mesa.

El chico bajó los ojos y negó con la cabeza tratando de atrapar el bocadillo que yo lancé al contenedor.

-Eso está muy mal, -me reprochó en un lenguaje que denotaba no ser de este país-. Tú puedes permitirte tirarlos pero hay otras personas que ni siquiera pueden comprarse ese pan diariamente. Yo llevo 3 días sin probar más que un vaso de agua. Dámelo, o lo sacaré cuando tú te vayas. NO es la primera vez que lo hago.

-No me iré sin ti, de modo que calla y camina. ¿Dónde vives? ¿De dónde eres?

-Ucrania, muy lejos.

Cuando llegamos a casa, Luci intentó hacerme pasar sin mi acompañante. Mis padres estaban en viaje de negocios y nos dejaron solos. Le ordené que diera comida al chico y ella se negó rotundamente.

-NO tengo permiso de los señores, -me recriminó con altanería-, tú ya tienes el plato en la mesa pero este chico tendrá que marcharse por donde vino si no quieres llevarte una reprimenda, tú no lo conoces de nada, y si quiere comer, siempre hay restaurantes y bares donde quizá puedan darle sobras.

Al oir la palabra sobras, un golpe de sangre me subió del corazón a la garganta. ¿Qué era eso de comer sobras? ¿Ella las había comido en casa? ¡NO, jamás!, y eso que era del servicio doméstico, pero comía lo mismo que nosotros.

-¡Las sobras te las comes tú a partir de ahora mismo! –le grité indignado-; los señores no están pero está su hijo, quien dispone que le des comida a este chico, ¡co  mi  da!, ¿lo oyes? No sobras.

-Ya te he dicho que no tengo permiso. Cuando vengan tus padres se lo diré y verás qué regañina te van a echar. Y tú –gritó dirigiéndose al mendigo- sal de aquí ahora mismo o te tragas la escoba.

El niño salió corriendo, y yo tras él; ya en la esquina lo alcancé y le entregué mi hucha con los ahorros que tenía, no eran muchos pero creí que le darían para varios bocadillos. Al menos no comería sobras.

-Pásate por aquí dentro de un mes que ya estarán mis padres, les diré que eres mi amigo y seguro que no te faltará de nada.

Me abrazó con efusión y nos separamos. Una espinita se me había clavado en el corazón. ¿era justo que yo tuviera todos los caprichos que se me antojaran, que cada domingo fuera al club de deportes con “niños bien”, que pudiera ir a un prestigioso Instituto privado, que gastara ropa y calzado de marca, mientras ese pobre niño estaba comiendo inmundicias y vistiendo harapos? ¡NO, eso no era ni justo, ni lógico, ni siquiera permisible.

En el Instituto no podía comentar lo ocurrido porque mis compañeros se burlaban de mí y hacían comentarios soeces hacia los inmigrantes. 

En casa era raro el día que nos sentábamos tranquilamente padres e hijo para poder hablar, y cuando se daba la ocasión siempre salían temas como los planes para las próximas vacaciones, los suculentos beneficios de la empresa familiar o la visita que tendríamos que devolver a los señores X, que hacía tiempo nos visitaron a nosotros. 

Cada vez me disgustaba más todo este protocolo de visitas obligadas y contactos solo con gente adinerada. NO podía dejar de pensar en Andriy, aquel niño flacucho que hacía dos semanas pretendía comerse mi bocadillo después de estar dentro del contenedor de basura. NO había vuelto a verlo desde entonces y me preocupaba su situación. Permanecía en silencio sumido en mi tristeza mientras los demás niños reían por cualquier cosa. NO dormía, no comía apenas y mis padres empezaron a preocuparse seriamente, haciéndome todo tipo de preguntas que no sabía ni me atrevía a responder.

Una mañana de domingo, cuando salíamos de la Parroquia, una figurita delgada con cara pálida corrió hacia mí abrazándome efusivamente pero a la vez con temor:

-¡Andreiy, amigo, pero qué delgado estás! –grité de alegría devolviéndole el abrazo ante el asombro y cara de disgusto de mis progenitores-, ¿dónde te has metido desde que Luci te echó de casa?

Mis padres se miraron estupefactos sin entender absolutamente nada. Después sus miradas se dirigieron hacia mí retándome con sus ojos amenazadores. Seguidamente miraron con desprecio al chico, que inmediatamente retrocedió unos pasos e hizo ademán de alejarse. La ola de sangre que otrora se me había subido a la garganta ante la negativa de la sirvienta de dar comida a mi amigo, volvió otra vez a ahogarme por la forma en que mis padres afrontaban la situación. Me armé de valor y les repliqué:

-¿Porqué nos miráis así? Andeiy es mi amigo os guste o no. Y ahora que lo he reencontrado no estoy dispuesto a perderlo otra vez. De modo que…

Mi madre me tapó la boca con su mano adornada por anillos de oro; mi padre me cogió de la mano forzándome a seguirlos, pero yo grité aún más fuerte:

-¡Socorro, me hacéis daño, soltarme!

Andreiy, asustado al ver que varias personas corrían para tratar de tranquilizarnos, emprendió la huída calle abajo pero un policía lo atrapó.

Oí como le gritaba furioso.

-¡Por tu culpa; seguro que eres tú el causante de este desorden, ahora mismo vas al calabozo!

Logré desasirme de las manazas de mi padre y eché a correr tras el policía que llevaba al niño sujeto por el cuello. Y cuando lo alcancé, conté todo lo ocurrido con Luci y mi amigo, manifestando mi indignación por tanta injusticia con los pobres y más si eran
inmigrantes. Mis padres se habían unido a nosotros y habían oído mi relato. El policía pidió a Andreiy que confirmara la veracidad de la historia y el chico, avergonzado y cabizbajo afirmaba con la cabeza. La gente que pasaba por la calle se iba agolpando a nuestro alrededor al oir mis gritos cada vez más exaltado.

-No puede permitirse esta situación por más tiempo; es una vergüenza que en un país al que llamamos desarrollado, haya que ver cada día a cientos de mendigos buscando en los contenedores la comida que otros desperdiciamos o el cartón de nuestros paquetes para hacerse un techo bajo el que librarse de las inclemencias meteorológicas. ¿Acaso ellos no sienten, no ven, no oyen, no tienen las mismas necesidades de alimento, abrigo o educación que nosotros?

Todos me miraban afirmativamente pero nadie osaba hablar para darme la razón de viva voz. Ya casi sin fuerzas para seguir protestando contra esta tremenda discriminación social, miré a mi padre y me atreví a decirle:

-En casa hay sitio para Andreiy y lo sabes. Tienes dos opciones: nos lo llevamos con nosotros y das trabajo a su mamá como empleada; o me ves a mí buscando las sobras en los contenedores en compañía de esta familia.

-¡Eso sí que no; eso jamás! –protestó él casi llorando- MI hijo no comerá despojos mientras yo tenga una gota de sangre en las venas. Eres menor de edad y no puedes hacer lo que se te antoje sin nuestro permiso.

-Claro que no, ahora no puedo,  faltan todavía unos años para mi mayoría de edad, y será cuando cumpla mi palabra si antes no accedes tú a mi petición.

-No necesitamos más sirvientas, hijo; puedo aceptar que este chico se quede con nosotros pero de su madre no respondo –dijo mi padre condescendiente al fin.

-YO tengo la solución, papá, si me das permiso me encargaré de ella.

-¿Pero qué piensas tú hacer, malcriado? –vociferó mi madre al borde de una crisis nerviosa-, has sido siempre un mimado, has hecho lo que has querido, ¿qué pretendes ahora?-vamos a casa y te lo diré con calma, aquí sobra gente.

Volvimos a nuestro hogar con Andreiy que no daba crédito a lo que le ocurría; cuando vio su habitación toda llena de libros, con una cama limpia y mullida como jamás la había conocido, un escritorio donde podría hacer sus deberes, y un armario que yo iría llenando con la ropa y el calzado que me quedaba ya pequeño por estar mucho más nutrido que él. Estaba en una nube de felicidad, mientras yo redactaba un documento para luego depositarlo en el dormitorio de Luci.

“Señorita: a partir de mañana, queda usted fuera del servicio doméstico de esta casa. Las razones: Por altanería, desobediencia al señorito, falta de respeto a una visita y discriminación social. NO caben réplicas ni alegaciones. Se le entregará su último sueldo y tendrá dos días para preparar su equipaje y buscar otro destino.”.

Imité la firma de papá lo mejor que supe y llevé el papel a la mesita de la empleada. Cenamos, vimos un rato el televisor y nos acostamos todos tranquilamente.

A la mañana siguiente, las voces de mis padres y de Luci me despertaron sobresaltándome y haciendo que me tirara de la cama temblando de miedo pero decidido a aguantar el chaparrón y no ceder ante nada ni nadie que quisiera estropear mi plan.

-¿esto qué es, se puede saber qué has hecho? –inquirió mi padre con una severidad como nunca le había visto-.

-_Ésto_, papá, es una lección justiciera para adultos insensibles. _Ésto_ se lo ha ganado Luci por haber despreciado a Andreiy negándole un plato de comida. Y como supongo que se irá siquiera por no verme a mí la cara a partir de ahora, será la mamá de mi amigo quien la sustituya.

“¡Oooooh!”, fue la única respuesta unánime que oí, tras la cual, la silueta de Luci se perdió de mi vista para siempre.