lunes, 12 de junio de 2017

UNA MUJER CON SUERTE

                 Dicen que pocos inmigrantes encuentran la suerte en el país de destino; en cambio yo, me siento una mujer con suerte. Cada mañana, un gallo encerrado en la cajita del despertador, me hace saltar de un sueño profundo a la realidad cotidiana. Bostezo, me restriego los ojos aún semicerrados, recojo mis pocos enseres dispersos por un rincón bajo el puente que hay junto al río: cartones, plásticos… y los escondo bajo un toldo roto que
tiempo atrás arrojaron al agua y pude rescatar para guardar lo acumulado cada día y venderlo a un almacén de reciclado. 

                Me dirijo al Bar Saúl, esperando el desayuno frugal que su dueño me ofrece generosamente desde mi llegada a España hace diez años, procedente de Túnez con la ilusión de tener trabajo y techo, ilusión que se desvanece a diario cuando llamo a alguna puerta. Pero jamás pierdo la sonrisa, esa sonrisa que al dueño del bar parece encantarlo y es lo único que me pide a cambio del desayuno. Yo ya no sé cómo compensar su generosidad;. A  veces me abruma con ella y no tengo más remedio que bajar la cabeza y tomar el manjar casi siempre fuera del local para no importunar. Los clientes son en su mayoría veteranos y me conocen bien. Algunos incluso salen en mi busca si un día me retraso de las 9 de la mañana. Me desean buen día y preguntan cómo estoy, y siempre respondo que maravillosamente bien. ¿Porqué no responder así, cuando ningún dolor me acecha, nadie me molesta, soy libre en la calle sin normas de horarios ni jefes exigiéndome que vista como a ellos les guste;  o que pase miles de documentos del ordenador a un disco, o que limpie x habitaciones en una hora?... Exenta de impuestos, sin personas a mi cargo, cada mañana después de tomar mi suculento desayuno, me digo a mí misma que soy afortunada. 


              Podéis verme en cualquier esquina, en la
parada de autobús,  siempre con la sonrisa en los labios dispuesta a tender mi mano a un anciano que va a subir al vehículo, a una señora cargada de bolsas con compra que no puede con el peso. Para un niño que acaba de caer al suelo lastimándose las rodillas y sangrando, siempre tengo un pañuelo o servilleta con que taponar la herida e impedir el sangrado. Quienes me ven no dejan de sentir lástima, es una lástima, hipócrita y yo lo sé. Porque la imagen que ofrezco no es la mejor:. Me ven siempre con la misma ropa, donada por quienes disponen de más dinero para cambiar su lock cuando se les antoje… 

               Son las cuatro de la tarde, el restaurante El Puchero termina de servir comidas; me apresuro hasta él para ofrecer mis servicios de limpieza a Remedios, su dueña, sin pedir a cambio nada. Pero ella sabe que me necesita, pues las otras dos empleadas son poco eficientes. La señora suele pagarme con un buen menú de dos platos calientes, o un enorme bocadillo que reparto entre comida y cena. Y cuando ya está todo limpito y recogido salgo del restaurante diciendo para mí que soy una gran afortunada. 

                Llegado el anochecer, vuelvo a mi rinconcito frente al puente, saco de un bolsillo el estuche de punto que hice para meter las monedas recogidas a las puertas de las parroquias o teatros, meto la mano, saco un puñado, las cuento minuciosamente…: cinco, diez, treinta… ¡diez euros con noventa y dos céntimos, esas son mis riquezas de hoy, soy una mujer afortunada! –me sigo diciendo-. Me desvisto por completo, cojo la toalla y las chanclas de goma para no clavarme las piedras en los pies, corro a toda velocidad para calentar el cuerpo y estirar las piernas, me sumerjo en el agua helada del río donde al menos me desprendo de los olores desagradables de la sudoración corporal. Cinco minutos bastan para recobrar energía e higiene. Cubro la piel erizada por el frío con la toalla, corro
hasta mi rinconcito, me vuelvo a vestir con ropa limpia, engullo con avidez el trozo de bocadillo sobrante del mediodía, pongo el despertador en hora para las ocho de la mañana, y, pensando en lo afortunada que he sido desde que llegué aquí, me duermo profundamente dando gracias al Ser Supremo que habita en el  Cielo, por seguir viva. 

Autora: María Jesús cañamares Muñoz

No hay comentarios:

Publicar un comentario